Buenos Aires, 15 de junio de 2017
Nota pública
El 5 de junio de 2017 se conmemoraron los cincuenta años del inicio de la guerra árabe-israelí de 1967, que fue conocida como la Guerra de los Seis Días; y que concluyó con la ocupación militar israelí de Cisjordania, Jerusalén Este, la Franja de Gaza y los Altos del Golán. Las consecuencias de este conflicto fueron profundas y la ocupación finalmente produjo grandes transformaciones en la política regional.
La ocupación posterior a 1967 –y sus consecuencias– siguen constituyendo hoy el principal impedimento para la resolución del conflicto entre los israelíes y los palestinos, así como entre el mismo Israel y otros Estados árabes. Se plantea, del mismo modo, y cada vez con más fuerza, que la ocupación es parte de un conflicto a largo plazo y multifacético.
En recuerdo de aquellos días, rememoramos: En 1967, las proclamas de algunos regímenes de los países árabes instaban a la población, y a sus tropas, a echar a los judíos al mar. No tan elípticamente, anunciaban y amenazaban con un nuevo genocidio, a una escala inverosímil.
El desarrollo de la Guerra de los Seis Días significó una catastrófica derrota para esos gobiernos. En apenas seis días, las fuerzas armadas de Israel derrotaron a los ejércitos de Jordania, Siria, Egipto e Irak.
Esa victoria militar, sin embargo, condujo a una situación política contradictoria y decididamente infeliz. En lugar de establecer las bases para un acuerdo con los países árabes y de sentar las condiciones para la coexistencia pacífica, la ocupación militar —por parte de Israel— de los territorios llevó a la agudización del enfrentamiento; Israel ya no solo confrontaba con los países árabes, sino ahora también con un nuevo e inesperado protagonista: el pueblo palestino.
A partir de entonces, se libraron otras guerras —1973, Líbano, Gaza— con resultados militares más o menos inciertos, pero con una consecuencia certera: la paz estaba —y está— cada vez más lejos. Desde la Guerra de los Seis Días nada mejoró; todo empeoró.
La solución, acaso, sea más simple. Dos patrias: Israel y Palestina. Dos pueblos con mismo origen, sufridos y golpeados por la Historia, que coexistan en equilibrio de espacio y de derechos. Algo en apariencia tan fácil, ¿terminará con el terrorismo de Estado, de grupo, individual? ¿Podrá nacer una fraternidad sublime propia de una película infantil? ¿Serán suficientemente poderosos los libros sacros para prevalecer sobre el odio, la venganza y la sangre, o será ese poder el que impulse a los fanáticos a redoblar la espiral de violencia?
Para el olvido quedó el concepto de que Israel consiste en el pequeño país que lucha por sobrevivir; ahora se ha transformado en un país y potencia militar ocupante colonial de un territorio que no le pertenece.
A cincuenta años del inicio de ese proceso, la Idisher Cultur Farband – Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina (ICUF Argentina) expresa que la ocupación de los territorios que corresponden al futuro Estado Palestino se convirtió en un verdadero cáncer, el que corrompe no solo al Estado de Israel, sino también a la sociedad israelí, pues la intoxica de belicismo, expansionismo, patrioterismo, chovinismo.
Los criterios místico–religiosos aplicados por parte de una presencia ortodoxa israelí cada vez más potente se materializan en la nefasta idea del ¨Gran Israel¨, la que implica la permanencia de la ocupación.
Con ese objetivo, se refuerza la ocupación mediante criterios militares —estratégicos y económicos—: Cisjordania se ha convertido en un verdadero enclave conquistado.
Esta verdadera anexión —reivindicada en términos religiosos–sagrados— es la expresión de una hipócrita transformación de un nacionalismo israelí, el que resulta cercano al chovinismo, y también implica la falsa identificación religiosa como excusa para satisfacer intereses nacionales.
Para los habitantes de la región es imperioso vivir en paz, en armonía, con seguridad y con estabilidad. Los Acuerdos de Oslo —con lo limitados que eran— significaban un paso importante hacia la constitución de un Estado palestino. Sin embargo, su aplicación caprichosa y artera redujo la precaria soberanía palestina a verdaderos bantustanes[1], bolsones cerrados de cierta ¿vida propia?, confinada y arrinconada.
Después de medio siglo de este conflicto, la vida de los pueblos no ha mejorado. Las concreción de una paz justa, duradera, democrática y equitativa es una necesidad imperiosa para el desarrollo tanto de israelíes como de palestinos, así como también para enfriar un escenario internacional donde existen tensiones que pueden llegar a ser incontrolables.
La primera medida que potenciaría el camino a la distensión sería el retiro israelí, unilateral e incondicional, de los territorios ocupados, en conjunto con el fin de las políticas anexionistas. Para la aplicación de estos criterios, sería menester retomar, como límite, las fronteras señaladas por la “línea verde”, la que delineó las fronteras anteriores a la guerra de 1967.
La instalación de colonias de exaltados religiosos —sean “legales” o ilegales—, los checkpoints[2] y los controles abusivos, la ocupación de tierras, la destrucción de viviendas y sembrados, el uso discrecional del agua no hacen sino profundizar y agravar el conflicto.
No puede haber y no habrá paz mientras las reivindicaciones nacionales del pueblo palestino no sean satisfechas, antes de que todos los prisioneros políticos palestinos sean liberados y en tanto duren la colonización y la opresión. La continuidad del Estado bélico ahonda los odios y el resentimiento, promueve la intolerancia y los fundamentalismos, alienta el fanatismo, incrementa la ira, da lugar al terrorismo.
Trabajamos por una paz que no sea la del silencio de los cementerios, sino por una paz bulliciosa, incluso compleja, caótica, pero que signifique progreso para los pueblos. La Idisher Cultur Farband – Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina (ICUF Argentina) no acepta la resignación al statu quo. Lo único revolucionario en la región es la paz; una paz que se asiente sobre el sólido pilar de Dos Pueblos = Dos Estados soberanos, independientes, cooperantes entre sí y con fronteras seguras.
Marcelo Horestein Isaac Rapaport
Presidente Secretario General
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[1] En Sudáfrica, durante la época de la segregación racial, zona destinada a reserva de la etnia bantú.
[2] Puntos de control.
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