No nos quedaremos ni con un centímetro de territorio palestino una vez lograda la paz”
1. Esas palabras encabezaban la tapa de un matutino porteño, en el segundo día de una de las guerras que Israel libró con el mundo árabe. Tales expresiones remitían a un discurso pronunciado 24 horas antes por la entonces canciller Golda Meir, con motivo del conflicto por el Canal de Suez, iniciado el día anterior.
Para muchos lectores, dichas palabras resultaban creíbles. Era una época en que sólo los políticos israelíes de ultraderecha, herederos del Irgun Zvai Leumi, se atrevían a hacer mención -y sólo de tanto en tanto- de lo que ellos denominaban el “Gran Israel”. No contentos con el 55% del territorio palestino que las Naciones Unidas le habían adjudicado al Estado judío, soñaban con apropiarse del restante 45% (las antiguas Judea y Samaria) que la ONU había establecido para el futuro estado palestino. En rigor, pretendían toda Palestina.
Tan delirante parecía la pretensión que los dirigentes del partido socialdemócrata gobernante, Mapai, solían rechazarla con vehemencia aunque…. de vez en cuando, alguno de ellos lo hacía con ciertos rodeos.
Las declaraciones públicas exigían prudencia. ¿A quién se le podía ocurrir que los judíos, históricos protagonistas de pogromos, discriminaciones, humillaciones y, apenas una década atrás, víctimas privilegiadas de un gigantesco genocidio, serían capaces de despojar a sus vecinos del territorio que legítimamente les correspondía, de acuerdo a la misma resolución por la cual se creó el Estado de Israel?
Sin desmedro de ello, pero sin prisa y sin pausa, los sucesivos gobiernos israelíes, procuraban convencer al mundo y a su propio pueblo -y no les iba mal en el intento- que todas las acciones desplegadas en relación con sus vecinos árabes apuntaban exclusivamente a defender a sus habitantes de la agresión del enemigo.
Se sabe, el miedo es un excelente recurso para debilitar la capacidad racional y dar lugar a que las emociones prevalezcan en el momento de la toma de decisiones. Consecuencia: el proyecto político y militar de esos gobiernos, de parabienes.
Quien más miedo infundía era la derecha, y los dividendos estaban a la vista: en cada elección, los votos populares se deslizaban hacia la derecha, a favor del partido cuyo histórico patrono, Zeev Jabotinsky, había expresado años atrás admiración por el régimen fascista de Mussolini.
El miedo convenció a la población de que una manera de defenderse de los terroristas que cruzaban la frontera desde Cisjordania a Israel era construir un muro que separara el territorio israelí del palestino. Bueno, para bien o para mal, en su país cada gobierno puede tomar determinaciones como ésa (para muchos, indeseable por múltiples motivos) y así lo hizo… dentro del territorio palestino, quitándole buena parte de este.
2. Han transcurrido más de sesenta años desde que se inició la ocupación (1956) y, lo que en un momento se supuso que se trataba de territorios transitoriamente regenteados por el ejército ocupante, comenzaron a recibir pobladores judíos que construyeron asentamientos permanentes, viviendas, industrias, escuelas, clubes de fútbol, etc. La cantidad de población judía allí supera ya los 500.000 habitantes y va en ascenso. Muchos chicos y jóvenes ya son nativos de esas zonas.
Cabe la reflexión. Ningún político ignora lo difícil (casi imposible) que resulta, llegado el momento del armisticio, hacer abandonar esos terrenos, producir el desplazamiento de semejante masa humana a sus lugares de origen u otros. Los conflictos que se crean en tales circunstancias pueden ser motivo de una renovada beligerancia. Los gobernantes de cualquier país del mundo, incluso los israelíes, no sólo los actuales, sino los anteriores y sus antecesores, lo saben. ¿Por qué lo permitieron?
En los últimos años el partido Jerut (sucesor del Irgun) fue perdiendo la vergüenza. Era irritante comprobar cómo sus más conspicuos representantes no titubeaban en sostener públicamente que Israel no devolvería los territorios ocupados. Mencionemos solo un par de ejemplos: del Presidente Rivlin (“Los asentamientos de Judea y Samaria son tan israelíes como Tel Aviv”, ItonGadol, 1/9/2015); del Primer Ministro Netanyahu, en vísperas de elecciones (“Si soy reelecto, no evacuaré ningún asentamiento en Cisjordania”, ItonGadol/AJN, 7/1/2015).
Obviamos referirnos a los innumerables comentarios, en igual sentido, del troglodita ministro de educación, Naftali Bennett.
La derecha mostraba las uñas. Ya no mentía ni se ocultaba. Su sueño, su plan se iba convirtiendo en realidad. Pero acaso el sueño, el plan, ¿era sólo de la derecha?
Escribió el periodista David Solar: “En opinión de algunos historiadores, Israel nunca pensó en limitarse a conservar lo concedido por la ONU». Ben Gurion, en 1946, pretendía, al menos, un 80% de Palestina y, a finales de 1947, escribió que era necesario “erigir un Estado judío de inmediato, incluso si no es en todo el territorio. El resto vendrá con el tiempo. Tiene que venir”.
En consecuencia, no se acogió a las fronteras de la partición, ni siquiera expresó sus aspiraciones territoriales, pues el nuevo país “tendría los límites que fueran capaces de trazar sus soldados” y, por lo tanto, ordenó planificar una guerra ofensiva para cuando estallase. Según el historiador Avi Shlaim, su prioridad era obtener ganancias territoriales en la Ciudad Vieja de Jerusalén y luego, a costa de los territorios palestinos del norte y el sur”. (“1947, la ONU reparte Palestina” en ”La aventura de la Historia” N* 109, 24/7/2014).
3. El sutil proceso de lavado de cerebro que, por lo visto, no es reciente, sino que anidaba en el pensamiento de muchos de los líderes originarios del Estado, dio resultado. Actualmente, pocos israelíes se horrorizan ante la idea de la ocupación definitiva de Cisjordania, y la mayoría de dirigentes ya no necesitan enmascarar las verdaderas intenciones anexionistas.
Muy pocos políticos israelíes, solo aquéllos que representan la -por desgracia- casi obsoleta tradición judía de defensa y solidaridad con los sectores más vulnerables, expresan hoy su respeto por el derecho de ambos pueblos, el israelí y el palestino, a vivir en paz, cada uno en su patria.
Difícilmente habrá paz si continúa esta política por parte de las autoridades israelíes. Que no se rasguen las vestiduras si los avasallados reaccionan. La impotencia del oprimido a veces conduce a actitudes indebidas, pero la prepotencia del opresor se torna insoportable.
Como gran parte del mundo lo reclama, sólo el cumplimiento de la resolución N.º 181 de las Naciones Unidas -que cumple ahora 70 años- creando en Palestina dos Estados para dos pueblos, abriría una esperanza de paz. Dos Estados soberanos, con los límites existentes al 4 de junio de 1967 y con la solución negociada al problema de los refugiados y toda otra cuestión en disputa.
Deja tu comentario