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Lucas Fiszman

Lucas Fiszman

Cíclicamente nos encontramos con la sorpresa de que “vuelve” el ídish, que hay un “revivir” de la lengua, un nuevo interés en ella, o el llamativo acercamiento de la “juventud”. Y probablemente sea bueno también que, cíclicamente, revisemos lo que implican estas representaciones.

En primer lugar, la idea de la “vuelta” lleva implícita una noción de partida, pérdida, abandono, exilio e incluso muerte. En el caso de las lenguas, es difícil explicar cómo sería esa vuelta y de qué forma se puede regresar, dado que las lenguas son un producto de la actividad humana. En este sentido, quienes trabajamos en ciencias humanísticas o sociales tenemos una dificultad extra: nuestros planteos resultan más cuestionables porque la experiencia humana es más cercana: todxs somos de algún modo especialistas en nuestra lengua materna, por lo que constantemente chocamos con sensaciones y representaciones personales acerca de ella.

En el caso del ídish, además, estamos frente a una lengua cargada de representaciones históricas lucas imagen 1dedicadas a deslegitimar y desacreditar no solo a la lengua en sí, sino a sus hablantes. Estas antiguas representaciones negativas se construyeron en torno a que el ídish era la lengua de las mujeres, o bien la lengua de “los hombres que son como mujeres, porque no son capaces de entender mucho”[1]. Entonces, era la lengua de aquellxs que no eran competentes en las lenguas “cultas o respetables”; es decir, hebreo y arameo. Hasta el siglo XIX, la literatura en ídish era considerada una literatura menor y, tal como se puede observar desde el análisis de las ideologías lingüísticas, las representaciones sobre una lengua son proyectadas sobre el estatus de sus hablantes y viceversa.

Cuando, a partir de la modernización europea, el ídish empezó a adquirir una mayor legitimación, se fue convirtiendo en un componente esencial para el empoderamiento de sectores históricamente marginados. Esto se expresó en una explosión de manifestaciones en ídish: escuelas, literatura, prensa, teatros, músicxs, giras por el mundo, radio y una incipiente producción cinematográfica. Sin embargo, el ídish estaba muy cerca de dos poderosos ataques a su vitalidad: el Holocausto, con el asesinato de casi la mitad de sus hablantes; y la persecución y condena de ciertos sectores del sionismo político que, tempranamente, se volverían la clase dominante en el Estado de Israel y plasmarían esas representaciones lingüísticas en políticas estatales.

Lucas imagen 2Esto nos deja en una situación en la que el ídish ostentaba el “privilegio” de ser una lengua desprestigiada por diferentes flancos: tanto desde sectores dentro del judaísmo[2] (tal como expusimos antes) como desde fuera del judaísmo (porque mientras que el alemán era reconocido como una lengua prestigiosa, el ídish era interpretado como una versión bastardeada y empobrecida de aquel).

Este “privilegio” facilitó el surgimiento de representaciones que avejentaban constantemente al ídish y lo ubicaban siempre como “algo del pasado”. Seguramente las personas nacidas a partir de la década del cuarenta en ámbitos vinculados al ídish han percibido a la lengua como algo primordialmente del pasado. De aquí podemos entender que, aun sin terminar nunca de decretarse su muerte, toda manifestación del ídish siempre resulta(ba) una mirada hacia un pasado, lo que genera(ba), además, entender casi todo uso del ídish como una forma de resistencia.[3] ¿Por qué sostener esto para el ídish, cuando toda producción en cualquier lengua, aun en los casos más disruptivos, se sostiene en usos previos de la lengua, y no en su (imprevisible) forma futura? Si así fuera, esta lectura no supondría al ídish como una lengua del pasado sino como una lengua de un no-futuro. Y esa transmisión es justamente lo que se contempla para evaluar la vitalidad de una lengua: no el número de hablantes, sino la transmisión de la lengua.

Pese a incomodar, quizás sea lo más conveniente preguntarnos aquí por qué tantas personas que se Lucas imagen 3declaran amantes del ídish se inscriben en retóricas de la muerte de la lengua, o en la invisibilización del ídish. Porque, quizás haga falta aclararlo con énfasis, nunca se dejó de hablar ídish, nunca dejó de haber producción literaria, ni nunca faltaron familias que les hablaran a sus hijxs en ídish. Lo que ha sucedido, en cambio, es que se han vuelto menos que en otras épocas. Sin embargo, negar su existencia habla más sobre quienes niegan que sobre lxs negadxs.

En segundo lugar, más breve, queda el extrañamiento ante el acercamiento de la “juventud”. ¿Quiénes son “jóvenes”? ¿Cuándo se termina la juventud? ¿Por qué el acercamiento de alguien “joven” sería más positivo que el acercamiento de alguien “no joven”? Y, además, ¿quiénes pueden acercarse al ídish sino “lxs jóvenes”? Todas las personas que se acercan al ídish son jóvenes en comparación con sus hablantes que ya no están. En mi experiencia, cuando me acerqué a la Fundación IWO en 2007 para aprenderlo, era probablemente una de las personas más jóvenes que estudiaban ídish acá. Hoy hay alumnxs muchísimo más jóvenes que yo en ese momento, y también hay alumnxs muchísimo más grandes. Lejos de negar la alegría que sentimos al ver que gente de veinte, treinta, cuarenta o noventa años se interese por el ídish, creo que el acercamiento de “jóvenes” al ídish no es un proceso novedoso, sino que ha sido una variable permanente que, por cierto, contribuyó a la vitalidad del ídish (y la sostuvo) en las últimas décadas, cuando se perdía en la transmisión familiar. Quizás sea momento de analizar por qué (cíclicamente) hay un volver la cabeza hacia un fenómeno que ocurre de manera constante.


[1] Esta frase, recuperada por Chava Weissler en su artículo de 1989 “‘For Women and for Men Who Are like Women’: The Construction of Gender in Yiddish Devotional Literature” (Journal of Feminist Studies in Religion 5 (2)), figura en Brantshpigl, libro escrito por Moisés Altshuler en 1596.

[2] Omitimos deliberadamente la situación del judaísmo ortodoxo, ámbito en el que el ídish tiene un desarrollo cuyo análisis excede lo que se pueda plantear acá. Para indagar en el tema, una buena opción es empezar por el libro de Dovid Katz Words on Fire: The Unfinished Story of Yiddish (2004) (hay traducción parcial en Reflexiones sobre el ídish, compilado por Susana Skura en 2012).

[3] Es bastante factible entender con este carácter a proyectos editoriales como Dos poylishe Yidntum o Musterverk fun der yidisher literaturla actuación de artistas en ídish en Israel debiendo pagar impuestos especiales por considerarlas actuaciones en lengua extranjera o, ya en la década del ochenta, el surgimiento de Yiddishpiel en Tel Aviv (entre muchísimas otras manifestaciones).

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