El 12 de octubre es una fecha paradigmática, difícil de ser obviada por múltiples razones.

 

Una mirada eurocentrista nos habla del “descubrimiento”, ubicando el protagonismo en el conquistador recién llegado; una concepción complaciente nos dirá que hubo un “encuentro de culturas”, como si la potencia de ambos desarrollos hubiese estado en igualdad de condiciones.

 

Todos sabemos que no fue ni lo uno ni lo otro. Cuando se recuerde el 12 de octubre, los pueblos americanos estaremos conmemorando el comienzo de la conquista de nuestro continente por Europa, entendida como botín, que tuvo que ver directamente con el desenvolvimiento del capitalismo. El amanecer de este sistema socio – económico estuvo directamente vinculado a ese proceso colonialista, que llevaba en sus entrañas mismas la depredación de las riquezas naturales, la opresión a los pueblos originarios, la negación absoluta del “otro”.

 

 

A lo largo de los 5 siglos transcurridos, los imperios han ido cambiando de nombre y de caracteres exteriores, pero su esencia es la misma. Al colonialismo hispano – portugués, le sucedieron el imperialismo británico, francés, holandés, alemán y en estos días, es el capital transnacionalizado y concentrado con sede en EEUU. Explotación, militarismo, desprecio, saqueo, agresividad, prepotencia, intromisión, neocolonialismo son algunas de los particularidades que se conservan y dan lo primordial en su ser.

 

En el S. XXI algunas cosas han cambiado. Los diversos procesos políticos y sociales –aun con contradicciones y debilidades- que se están desplegando en Nuestra América muestran  que es posible avanzar hacia sociedades mas justas, mas democráticas sin considerar como inevitable el capitalismo. Las grandes transformaciones de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil, Uruguay, Argentina, Guyana, El Salvador –algunas vivaces e intensas, otras menos extendidas- son ejemplos de experiencias diversas que señalan la perspectiva cierta de avanzar hacia sociedades de otro tipo. La alternativa existe, es real y es factible. Es cuestión de asumirlas plenamente en su extensión y hondura, sin confiar “ni un tantico así en el capitalismo” (Guevara dixit)

 

América es profunda y sustancialmente mestiza. Pueblos originarios, negros, blancos e incluso asiáticos se entremezclan, aportando cada uno sus peculiaridades. Así se conforma un hermoso arco iris que reúne la energía y firmeza  de la diversidad.

 

De Artigas a Salvador Allende, de Fidel a Morelos, de Sandino a Hugo Chávez, de Prestes a San Martín, de Juana Azurduy a las hermanas hay un recorrido decidido y memorable –alejado de la épica homérica- empeñado en construir una América plural, equitativa y democrática, en la que se concreten los sueños de nuestros Segunda y definitiva Independencia