Las ideas autoritarias y xenófobas de Adolf Hitler venían manifestándose desde comienzos de los años 20 del siglo pasado, pero tuvieron su bautismo en la práctica cuando, en enero de 1933, el presidente Hindemburg lo nombró canciller (cargo que, en Alemania, equivale al de primer ministro).
Entre los principales objetivos de su programa de gobierno, era prioritario el de la desaparición del pueblo judío. En esa dirección, una de las medidas implementadas fue la promulgación, en 1935, de un conjunto de Leyes antijudías pergeñadas por su ideólogo, Alfred Rosemberg, las que sirvieron de sustento legal a futuras acciones.
Durante años, en vigencia de aquellas leyes, se perpetraron discriminaciones, humillaciones, arrestos, torturas. Durante ese tiempo rigió la prohibición para el ejercicio de ciertas actividades, con lo que el gobierno procuraba ahuyentar a los judíos alemanes de su patria. Y lo logró. Recuérdese el exilio de Albert Einstein, Stefan Zweig, Theodor Adorno, Fritz Lang, Billy Wilder, Sigmund Freud, Marlene Dietrich y una larga lista.
El paso siguiente del proceso aniquilatorio se produjo tras la invasión nazi a Polonia (1939), la que dio origen a la Segunda Guerra Mundial. En esas circunstancias, la intención fue liberar de judíos a Europa, mediante la concentración de estos en ghettos —para lo cual se valieron además de las ya consabidas conductas discriminatorias—. Son bien sabidas las consecuencias que de ello derivaron: hacinamiento, desnutrición, enfermedades, epidemias. El resultado fue satisfactorio para los objetivos del gobierno alemán: miles de muertos en breve tiempo. Pero no alcanzó.
La cúpula de jerarcas nazis se reunió en enero de 1942, en la localidad de Wannsee, en las afueras de Berlín, y allí delineó la solución final para todos los judíos, la que consistía en su exterminio absoluto.
“Solución final”. El uso de un vocabulario burocrático no era casual; pretendía encubrir lo que serían sus verdaderos y depravados designios —con su máxima expresión en Auschwitz, una instalación industrial para la muerte— y dar un toque de respetabilidad a sus criminales operaciones.
Mientras ello ocurría, las tropas germanas ocupaban media Europa y Hitler prometía un Tercer Reich que duraría mil años. Sin embargo, apenas un año más tarde, en febrero de 1943, tras cinco meses de lucha cuerpo a cuerpo y casa por casa, la batalla de Stalingrado finalizaba con la atronadora rendición de los 285.000 efectivos del quebrantado ejército alemán, con su jefe, el mariscal Von Paulus, a la cabeza.
A partir de ese momento, el Ejército Rojo inició la recuperación de los territorios ocupados de la entonces Unión Soviética, como Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, los países bálticos e, incluso, la liberación de los países vecinos como Bulgaria, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, Austria.
En ese prolongado recorrido, el 27 de enero de 1945 los soldados soviéticos llegaron a la localidad polaca Oswiecim, cuyo nombre en alemán es Auschwitz. Allí se encontraron con el mayor campo de concentración creado por Alemania en toda Europa. Ante el avance soviético, los nazis habían huido de allí, llevando consigo a 15.000 cautivos en la marcha de la muerte: aquellos aptos aún para el trabajo esclavo. Los pocos —y sorprendidos— prisioneros hallados fueron liberados. Cuatro meses más tarde, Alemania se rindió.
Auschwitz fue el infierno mismo. Más de 1.000.000 de prisioneros fueron asesinados mediante métodos científicamente concebidos: cámaras de gas, hornos crematorios, trabajo excesivo en condiciones extremas e insalubres, experimentación clínica con humanos, fusilamientos masivos, hambruna, desabastecimiento de agua; ausencia de atención sanitaria y escuelas; sin refugio para huérfanos ni amparo ante el frío. No importaba edad ni sexo. Judíos, gitanos, soviéticos fueron las víctimas preferidas, en un espacio de terror por el que transitaron todas las nacionalidades europeas.
Recordar el significado de Auschwitz y su liberación, siempre, y en este año en particular, en el que se cumplen 80 años de ese hecho, es trascendente tanto para el presente como para el futuro. Las nuevas generaciones deben tener una percepción cabal e íntegra de hacia dónde conduce esa combinación nefasta de chovinismo, odio, discriminación y racismo.
Con tal fin, la ONU ha declarado, en 2005, al 27 de enero como Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las víctimas del Holocausto. Es esta una marca para recordar lo que una parte de la humanidad ha sido capaz de perpetrar contra el pueblo judío y otras minorías.
Abogamos por un mundo de paz y concordia entre los seres humanos, las naciones, los Estados. Pretendemos la construcción de sociedades basadas en la democracia avanzada y en el respeto a las identidades. Reclamamos el fin de todos los genocidios. Todo asesinato es un horror para la sociedad civilizada, para la Humanidad, para el amor.
ICUF
Macelo Horestein Presidente
Marcos Saal Vicepresidente
Buenos Aires, enero de 2025
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