JerusalénEl 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 181: se trataba de un plan que intentaba resolver el conflicto judeo – árabe en Palestina mediante una partición: el planteo fue ante la comprobación de la imposibilidad de constituir un Estado Binacional con las reivindicaciones de ambos pueblos. Para eso fueron fundamentales los argumentos del representante soviético Andrei Gromiko, quien señaló que la creación del Estado de Israel era una reparación para el pueblo judío, luego de todo lo que había sufrido por las masacres de los nazis.

La votación sobre el Plan de Partición estuvo colmada de expectativas por parte de ambos bandos: esa región había quedado bajo la tutela británica a través de un Mandato, producto del Tratado Sykes-Picot, un acuerdo típicamente colonial pergeñado por las grandes potencias, Gran Bretaña y Francia, tras el resultado de la Segunda Guerra Mundial.

Terminada la guerra, y en medio de un amplio profundo clima de descolonización –la independencia de la India y Pakistán, Indonesia, Birmania, Vietnam–, Gran Bretaña, incapaz de resolver el creciente enfrentamiento entre las comunidades judías y árabe, intencionadamente “dejó hacer” y luego de la sanción del Resolución 181, se retiró del lugar, dando lugar a que se iniciara la primera guerra árabe – israelí, y con ello, una sangría entre los pueblos.

En ese marco, los británicos manifestaron su simpatía y un apoyo abierto a las monarquías árabes, conservadoras, con el ánimo de mantener su influencia en la región. Su objetivo era conservar posiciones de poder a través del control de algunas de las dinastías árabes que reinaban en Transjordania e Irak, al mismo tiempo que propulsaban ejercer cierto dominio sobre el petróleo y sus rutas de transporte.

Sin fuerzas, en decadencia y derrotado políticamente, el Reino Unido intentó maniobrar arteramente bajo la idea de “divide y reinarás” (algo similar a lo ocurrido con India y Pakistán, un conflicto que aún sigue vigente), tratando de mantener la supremacía estratégica en esa región indispensable para su proyecto neocolonial por las rutas que unían el Mediterráneo con Oriente, los pozos petroleros, oleoductos y puertos.

Hubo algún otro intento dilatorio, como un fideicomiso –auspiciado por los Estados Unidos, que tampoco simpatizaba con la propuesta soviética–, que trató de impedir también la concreción del plan original. En definitiva, lo que pareció ser una conclusión justa, rápidamente se convirtió en un verdadero “huevo de la serpiente”, ya que ni unos ni otros hallaron beneficiosa la propuesta.

Tal como ocurrió en otras épocas de nuestra Historia, la Resolución 181 admitió varios puntos de vista. Para las comunidades árabes –incitadas por sus clases dominantes (ineptas, corruptas y parasitarias, realezas absolutas sometidas al diktat imperial británico)–, fue una tragedia: la «Nakba» fue el concepto utilizado para designar al éxodo forzoso de comunidades árabes de Palestina.

Para la colectividad judía, la posibilidad de un renacimiento, luego de las horribles matanzas de la Segunda Guerra Mundial (uno de los puntos de partida de la constitución definitiva del Estado, que tendrá un momento culminante en mayo de 1948, cuando terminaron por retirarse las tropas británicas) fue cuando se declaró la Independencia. Para las potencias occidentales fue, por su lado, una manera elegante de deshacerse de un problema y transferírselo a los pueblos de esa región.

La partición implicaba la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío, así como la internacionalización de las ciudades de Jerusalén y Belén, lo cual no fue aceptado por la dirigencia árabe. El 14 de mayo de 1948, Israel declaró la independencia. Inmediatamente comenzó la primera guerra árabe-israelí, tras la invasión de la llegada de tropas de la Liga Árabe (egipcias, irradies, libanesas, sirias, transjordanas y “voluntarios” libios, sauditas y yemeníes, con el asesoramiento británico), que permitió a Israel su expansión por territorios que no les habían sido asignados.

La ONU adoptó la Resolución 194, donde exigió el reconocimiento y el derecho del regreso de los refugiados árabes a sus hogares. En forma paralela, los países árabes expulsaron a numerosos judíos de sus países: Irak, Yemen, Egipto, entre otros.

Fue entonces que se dio, aquí, un dilema de difícil solución. Unos y otros –judíos y árabes– fueron pueblos castigados por la Historia. Ni uno ni otro se merecen vivir lo que hoy atraviesan: guerras, atentados, temores, desarraigo, un futuro incierto. Lo que en verdad debió haber sido un triunfo de la Humanidad se convirtió en una tragedia para todos: para los judíos de la región (que se convirtieron en israelíes) por tener una “espada de Damocles” pendiendo sobre sí mismos; para los árabes (que se convertirían en palestinos con el correr de los años) por el exilio, extrañamiento y la transformación de excluidos en los mismos países árabes donde fueron refugiados; para la Humanidad porque aún no ha sabido dar una respuesta cabal e íntegra a la felicidad e integridad de los pueblos de la región.

Si es necesario, es posible. Es necesario y es posible convivir armoniosamente; aquel proyecto original –con las correcciones históricas, políticas y culturales que corresponden–, tiene la vigencia de haber planteado algo justo y correcto. Es una empresa ardua y trabajosa, pero un escenario donde el protagonismo sea el de una paz justa, estable, democrática y duradera será provechosa no solo para todos los pueblos de la región, sino para la Humanidad entera, ya que desactivaría un punto “caliente” y explosivo del planeta. No nos ilusionamos con un romance, pero sí con un movimiento por fuera de una dualidad esquemática y que, al menos, desde una “paz fría” posibilite que ambos pueblos se desarrollen sin intimidaciones ni aprensiones en su vida cotidiana presente y futura.

Rechazamos con vehemencia y decisión las políticas belicistas, expansionistas, colonialistas y negadoras de su propio origen del gobierno del Estado de Israel así como las acciones de grupos político-militares o Estados (palestinos, árabes y/o musulmanes) que proclaman la desaparición del Estado de Israel como respuesta. Los dos pueblos –israelíes y palestinos– han sufrido y sufren demasiado. Ambos merecen certezas y seguridades. Una vez más, como lo viene haciendo desde 1947, la Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina – Idisher Cultur Farband (ICUF Argentina) insiste en que lo más revolucionario en Medio Oriente es la paz, una que respete historias, tradiciones, culturas en su vasta diversidad sobre la base de Dos Pueblos = Dos Estados.

Marcelo Horestein, Presidente

Isaac Rapaport, Secretario General

Buenos Aires, 26 de noviembre de 2018-11-26