El 6 de agosto de 1945, a las 8.15 de la mañana, estalló la primera bomba atómica en el mundo. La segunda Guerra Mundial estaba por terminar y la aviación de los Estados Unidos, sin embargo, lanzó una bomba de tal potencia sobre la ciudad que el comandante que estaba al mando de la operación, después de arrojar la ojivas nucleares, solo dijo: «Nada se mueve en Hiroshima».
Un viento caliente barrió la ciudad a más de 800 kilómetros de velocidad y, poco después, una lluvia negra comenzó a caer sobre las ruinas. En pocos segundos, unas 80 mil personas perdieron la vida. Solo que más de 140 mil murieron, después, como consecuencia de la explosión.
Unos pocos días más tarde, el 9 de agosto, el gobierno de los Estados Unidos volvió a medir su poder y arrojó otra ojiva nuclear en Nagasaki, donde 70 mil personas fueron asesinadas por la bomba. El 15 de agosto, Japón presentó su rendición a la guerra.
Ese fue, sin dudas, el comienzo de la denominada Guerra Fría. Estados Unidos sostiene, hasta hoy, que la matanza habría ahorrado una larga conquista de todo el archipiélago japonés. Pero, ¿por qué se usó una bomba de plutonio tres días más tarde sobre Nagasaki y no una de uranio como en Hiroshima? El alcalde de Nagasaki, Iccho Ito, en 2005, respondió esa duda: «Nos usaron como conejillos de indias”.
En la actualidad, se considera que unas 23 mil ojivas existen en el mundo. La explosión, sin precedentes en la Historia, de dos bombas atómicas fue la marca de una (nueva) concepción de la Guerra que se extendió, más tarde, durante todo el Siglo XX: la amenaza constante de una masacre hacia la población civil, indefensa, por parte de lo smilitares.
La política de seguridad de las grandes potencias no se transformó en estos años, pese a la masacre de Hiroshima y Nagasaki: la denominada «disuasión nuclear» continúa vigente. Hoy, la posesión de armas nucleares, aparentemente, santifica el territorio del que la tiene en su poder por su capacidad de tomar represalias.
A pesar de los intentos, durante la Guerra Fría y, posteriormente, fuera de este equilibrio del terror, los países con armas nucleares son cada vez más numerosos: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, Pakistán, India, tienen la bomba. Israel también la posee, sin que eso preocupe a la OTAN, que se muestra siempre dispuesta a castigar a Corea del Norte e Irán por desarrollar un programa nuclear autónomo. ¿Quién certifica que ninguno de estos gobiernos sea capaz de usar estas armas nucleares en algún momento contra la población de otro territorio?
En esta oportunidad, y como todos los años, quienes consideran la importancia de la paz en el mundo se reunirán para conmemorar un nuevo aniversario de esta masacre. Pero la única manera de garantizar que no se utilizarán este tipo de armas será, directamente, eliminarlas. La Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina – Idisher Cultur Farfand, ICUF Argentina, proclama por la construcción de un mundo en paz y con democracia, sin ningún tipo de intimidación que amenace a los seres humanos. (Hiroshima mon amour, dirigida por Alan Resnais y con guión escrito por Marguerite Duras, es un filme de 1959 que narra una conversación entre una actriz francesa que pasa la noche con un japonés en Hiroshima, donde se encuentra rodando una película sobre la paz. Se trata, justamente, de una película que piensa la memoria y el olvido pocos años después de la tragedia).
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