Una historia apasionante sobre los viajes de Juan Incardona, (Bocha Incar), la región de Birobidyán en la URSS y el Procor en Argentina. Nota aclaratoria: Cuando Juan me contactó aún no existía el CeDoB Pinie Katz y, esta semana, con gran alegría pudimos recibir los regalos que los compatriotas rusos les enviaron a los judíos socialistas argentinos que soñaron con Birobidyán, los mismos que sentaron las bases del movimiento judeo-progresista. Aquí su hermoso relato:
Un regalo desde Birobidzhán
La ruta transiberiana estaba llegando a su fin, y mirando el mapa, me sorprendió el nombre de una región perdida por el lejano este ruso, ahí muy cerquita de China: “Oblast Autónomo Hebreo – Birobidzhán”.
“Tengo que bajarme a ver de que se trata esto”, pensé, y así lo hice. Merodee unos días por esa ciudad pequeña, tranquila y fría, a la vera del río Bira, intentando descifrar el por qué de ese nombre. Golpee las puertas de las sinagogas, y sin ser judío, me recibieron con los brazos abiertos ante mi curiosidad.
Primero entré en una muy grande, lujosa y moderna. Un buen hombre me mostró el lugar pero no hablaba una palabra en inglés ni en español, por lo que me contenté con observar.
Luego de almorzar me topé con otra sinagoga, que no tenía nada que ver con la anterior. Era muy pequeña, una construcción de madera pintada de azul bien rústica. Lucía muy austera. Era la más antigua de la ciudad, la única que había resistido en pie ante las oleadas antisemitas incendiarias impulsadas por el estalinismo. Al ver movimiento de trabajadores en el jardín me aventuré a entrar.
Allí me recibió otro hombre mayor, con el que tampoco pude comunicarme. “Ia, Juan, Argentina”, le repetía, medio en ruso, medio en español, haciendo pantomimas. “¿Argentina?”, preguntó el señor con el rostro lleno de sorpresa. Me hizo un gesto para que espere y llamo a alquien por teléfono.
Caminé un poco por el humilde y coqueto templo, cuando entró una señora elegante, de ojos azules bien rusos, profundos, que se me acercó intempestivamente. “Hello, I am Valeria. Who are you? What are you doing here?”. Intenté explicarle qué hacía allí, por más extraño que pareciese. Estaba buscando explicaciones… ¿por qué se llamaba así esa región? ¿Cómo fue que una colectividad judía se asentó en esa zona tan inhóspita del mapamundi? ¿Quedaban hoy judíos por allí?
Lo que más le sorprendió de toda mi perorata fue mi nacionalidad. Cuando le dije que era argentino no pudo evitar abrazarme y agradecerme. A mi confusión inicial se le sumaba esto, una señora emocionada abrazándome en una sinagoga de mediados del siglo pasado. “Pero… yo no hice nada… no soy judío…”, le decía en un inglés cada vez más empobrecido ante tanta confusión de emociones. “No importa, Argentina nos ayudo mucho, estamos muy agradecidos, tenés que llevar estos regalos para dárselos a las familias que vinieron aquí cuando esto comenzó”, me dijo Valeria desde su corazón, con un sentimiento que casi la llevaban a las lágrimas.
Acto seguido, en compañía de otros paisanos que curioseaban sobre Argentina, y con un té de por medio, me explicó de qué se trató esa gran ayuda. Cuando el sueño de un territorio autónomo judío dentro de la URSS despertó las esperanzas de judíos progresistas -a finales de la década de 1920-, en Argentina se organizaron comités para enviar ayuda económica para la construcción de esa ciudad en medio de la nada misma. En nuestro país se denominó “Sociedad de Ayuda a los Colonos Israelitas en la Rusia Soviética (Procor)”, y no sólo enviaron dinero para comprar tractores y cosechadoras, sino que muchas familias viajaron para radicarse allí, en la Sion soviética, donde el sueño de un mundo sin explotadores ni explotados se haría realidad. El final no fue el esperado, pero esas deformaciones del proceso soviético no empañan las muestras enormes de solidaridad que hubo en aquellos momentos iniciales.
La emoción de Valeria me llegó tan hondo que a mi vuelta al país empecé a investigar el tema, y a buscar familiares de esos primeros colonos judíos progresistas. Entre decenas de consultas y llamados, di con Nerina, que por su pasión para estudiar este pedacito de la historia, y sus esfuerzos por recuperar la cultura ídish en Argentina, me convencieron de que era la persona ideal para recibir estos regalos desde Birobidzhán y conservarlos -y compartirlos- en el “Centro documental y biblioteca Pinie Katz”. Dicho lugar es el indicado para todos aquellos que quieran conocer más de este fascinante proceso que unió a la Argentina con Rusia, a través de esos militantes internacionalistas que lucharon por su libertad y la del pueblo judío, desde otro lugar, lugar que la historia oficial se encargó -y se encarga aún hoy- de ocultar.
Juan.
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