Simone Veil murió hoy a los 89 años. Esta mujer judía, que asumió compromisos valientes, fue muy popular entre los franceses. Discreta y tenaz, tuvo un inmenso valor político. Las mujeres de Francia saben lo que era para ellas una asamblea nacional masculina, hostil y humillante. Fue, también, sobreviviente del genocidio nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Simone Jacob, su nombre de soltera, nació el 13 de julio de 1927 en Niza, en el seno de una familia judía laica, hija de un arquitecto y una ama de casa. Todos sus miembros –sus padres, su hermano y sus otras dos hermanas– fueron deportados en 1944. Ella, junto a su madre y su hermana Milou, terminó en Auschwitz. Fue detenida el día después de rendir sus exámenes de bachillerato. Sobrevivió al horror, e incluso a la marcha de la muerte de 1945. En su brazo, un recordatorio constante de su paso por el infierno: su número de registro, 78.651, y la memoria sus seres queridos.

Reconoció que sobrevivir al Holocausto le hizo «querer vivir» y contar lo vivido para que no fuera nunca olvidado, hecho por el cual decidió no borrarse jamás el número de prisionera, el 78651, que los nazis le habían tatuado en su brazo. Veil cumplió ampliamente esa promesa como presidenta de la Fundación para la Memoria del Holocausto y con su labor al frente del Fondo para las Víctimas del Tribunal Penal Internacional (TPI).

Después de su regreso de los campos de exterminio del Nazismo, Simone se casó y tuvo tres hijos. Sin embargo, nunca aceptó el papel de ama de casa, burguesa, y reanudó sus estudios interrumpidos por la guerra. Se convirtió en jueza, una profesión absolutamente destinada a los varones, por entonces. «Durante todo el Siglo XX, Europa dio lugar dos veces a guerras mundiales. Ahora debe encarnar la paz”, dijo en 1975. En 1979, apoyada por Valéry Giscard d’Estaing, que tras conocer la muerte de esta «mujer excepcional» dijo que «su vida ejemplar seguirá siendo una referencia para los jóvenes», Veil se convirtió en la primera presidenta del Parlamento Europeo, puesto que conservó hasta 1982.

«Como juez que trabaja en la administración penitenciaria, encontré que el régimen de las mujeres presas era mucho más duro que el de los hombres. Más tarde examiné el Derecho de Familia en el momento de las reformas del Código Civil, y por lo tanto la condición de la mujer en cuanto a la autoridad de los padres, la filiación y, especialmente, la adopción. En los años sesenta, cuando se instó a las mujeres a trabajar me había dado cuenta de que en el fondo había una similitud entre las mujeres y los inmigrantes: aún no se habían integrado en la sociedad. Todo esto me hizo una feminista”, reconoció.

En 1969 se unió, también, al gabinete de René Pleven, entonces ministro de Justicia. Pero fue como ministra de Salud, elegida por Jacques Chirac, cuando se convirtió en una figura conocida y respetada por los franceses. Llevó a la Asamblea Nacional una ley muy controvertida en las filas de la derecha: el derecho al aborto. «Me gustaría compartir con ustedes un pensamiento femenino. Siento que tengo que hacer esto a esta asamblea compuesta casi exclusivamente de hombres. Ninguna mujer recurre ligeramente al aborto «, dijo en la introducción.

El debate fue increíblemente difícil. Los diputados de derecha, sin vergüenza, se referían a Simone Veil como si fuera una genocida. Incluso, alguno de estos legisladores la acusó de empujar a los niños «al crematorio». Otro comparó el proyecto de ley como el «peor racismo nazi». Proclamó entonces: «No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300.000 abortos que, cada año, mutilan a las mujeres, que pisotean nuestras leyes y que humillan o traumatizan a aquellas que tienen que recurrir a ellos», dijo en defensa de una normativa que le valió incluso comparaciones con Hitler.

El gran argumento de los opositores se centraba en la disminución de la población. Sin embargo, el 26 de noviembre de 1974 Simone Veil recibió un fuerte apoyo. No valieron los insultos, las pintadas ni esvásticas en el coche de su marido, los correos de odio ni los eventos antiabortistas para intimidarla. La ley fue aprobada con los votos comunistas y socialistas.

Simone Veil permaneció, durante mucho tiempo, en las encuestas de opinión, como el personaje político favorito de los franceses, en tanto símbolo de la rectitud y la honestidad, en una época donde no abundan esos valores. Fue una voz en su propio campo político. El día que ingresó en la Academia Francesa, a los 82 años, se dijo: “Lo que para usted está en primer lugar, es la valentía. Y a los franceses les gusta el coraje».