Por Daniel Silber. La paz es algo bastante más complejo y arduo que el no tronar de los cañones o los tratados que puedan firmarse. La paz tiene una dimensión mucho más profunda que poder llegar a acuerdos políticos. El conflicto palestino-israelí atraviesa desde siempre esta disyuntiva.
No es novedad alguna el hecho de que las conversaciones y acuerdos a los que puedan arribar israelíes y palestinos siempre van a resultar dificultosas y complicadas. Más allá de los intereses que defiende cada una de las partes, más allá de los objetivos que persiga cada uno en el corto, mediano y largo plazo, también hay una mirada absolutamente diferente sobre el desarrollo de los acontecimientos que implica una de las trabas más serias para que cualquier proceso que encaren, que estará sembrado de trabas, trampas, escollos e inconvenientes, culmine exitosamente (en forma total o parcial). Incluso, siendo benévolo, podríamos decir que eso va mas allá de las voluntades mismas de cada uno de ellos. Su concepción de las cosas hace que, ante cada situación, las posturas sean divergentes y arribar a acuerdos firmes, sólidos, estables sea algo más que engorroso.
Es que en esa región del Cercano Oriente, todos tienen justificativos… todos tienen sus fundamentos que, desde el ángulo desde donde se mire, implica un grado importante de razonabilidad. De allí que muchas veces nos resulte difícil comprender la lógica de los sucesos que se desenvuelven en esa región. Simplemente la cuestión estriba en que los intereses inmediatos y mediatos de cada uno son absolutamente disímiles, por lo cual los acuerdos a los que se pueda llegar deben desandar un largo, sinuoso y espinudo camino que, inclusive, no depende totalmente de cada uno de ellos.
Hay hechos puntuales e inesperados que pueden hacer cambiar un rumbo empezado: sin ir muy lejos, la llamada (y frustrada) “primavera árabe” -algo que nadie había previsto y a todos tomo por sorpresa: ni la CIA, ni la Unión Europea, ni el Mossad, ni la dirigencia palestina y ni siquiera los mismos pueblos árabes involucrados- generó una serie de condicionamientos antes inexistentes que ciñeron (y ciñen) cualquier nuevo evento que se produzca en la región. Y ni que hablar de los acontecimientos en Ucrania / Rusia, que tienen incidencia no por vía inmediata, sino por carácter transitivo.
Al día de hoy el tema de los acuerdos a los que se pretendía llegar con la mediación directa de Estados Unidos, como un paso más en el proceso de paz, no solo que están congelados, sino que han retrocedido muchísimo. La parte israelí argumenta que no puede negociar con un gobierno -la Autoridad Nacional Palestina (ANP), hegemonizado por Organización de Liberación de Palestina (OLP)- al cual seguramente se sumará Hamas, uno de cuyos ejes políticos centrales es la desaparición del Estado de Israel. A su vez, la parte palestina señala que Israel no ha cumplido con una larga serie de requisitos previos (no construcción de nuevas colonias en territorios palestinos, liberación de detenidos políticos, etc.). Como se puede observar, ambos sectores se achacan mutuamente de este nuevo fracaso.
Una pregunta que podría formularse es quien es el verdadero responsable. Y la respuesta es bastante simple: ninguna de las partes tiene verdadera voluntad de llegar a un acuerdo que sea sólido, estable y duradero, y que permita crear las condiciones políticas y culturales para construir una convivencia pacífica que concluya en la paz. Se dinamita a cada paso que se da.
En realidad, la intencionalidad -manifiesta u oculta- es mantener un statu quo en el cual los pueblos son los directamente perjudicados y el establishment beneficiario. De esa manera se puede proseguir con las arengas chovinistas, los abultados presupuestos militares, las proclamas apocalípticas descargando las sucesivas crisis -políticas, económicas- sobre los mas postergados, aquí y allá de la “línea verde”.
La paz es algo bastante más complejo y arduo que el no tronar de los cañones o los tratados que puedan firmarse. La paz tiene una dimensión mucho más profunda que poder llegar a acuerdos políticos. En la política interna israelí, el concepto “paz” se ha convertido en algo casi pecaminoso, en un veneno. Para suplantar ese criterio, se utiliza un eufemismo: “acuerdo político” es el término de moda. Tendría el propósito de decir lo mismo; pero, por supuesto, no es así.
En la retórica de algunas organizaciones políticas y militares palestinas, no existe. “Paz” significa mucho más que el final formal de una guerra. Paz es una noción que contiene elementos de la convivencia, de la reconciliación, de algo casi espiritual. Tanto en las lenguas hebrea como árabe, Shalom / Salaam incluyen el bienestar, la seguridad y el respeto mutuo. En cambio, acuerdo político significa nada más que un documento elaborado por abogados y firmado por políticos (que no sabemos si tienen la voluntad de cumplirlo). La paz es una visión, un ideal político a cumplir y desarrollar, un mandato ético, una propuesta que tiene algo de religioso, de épico y de visceral, una idea inspiradora y reparadora. Arreglo político es un tema de debate.
Otros conceptos también son utilizados eufemísticamente. Por ejemplo, de lado israelí no se aceptaba -hasta los acuerdos de Oslo en 1993- la noción de “palestino”: era mala palabra. Esos acuerdos hicieron que se debiera aceptar esa denominación, aunque aún no se admite el criterio de “nacional” para la Autoridad Palestina. Desde el sector palestino tampoco se quedan atrás; para una parte importante de la dirigencia palestina, especialmente la vinculada a Hamas y sus grupos afines, no existe el Estado de Israel, sino simplemente “la entidad sionista”, a la que hay que erradicar de la faz de la Tierra. El uso de las palabras sabemos que no es casual ni fortuito ni inocente. Persigue la instalación de una imagen, de un símbolo para que se quede clavado en la conciencia. Las palabras transmiten ideas. Palabras implantan conceptos en las mentes de sus oyentes y oradores. Una vez que están firmemente establecidas, todo lo demás sigue casi “normalmente”.
De allí que la cosa que se plantea es hasta donde cada uno de los lados está dispuesto a ceder un fragmento de su todo para poder arribar a una parte que sea significativa y empiece a dar satisfacción a las demandas de cada uno. Algún desorientado podrá decir -luego de leer estas líneas- que uno abona la teoría de los dos demonios. Craso error.. No todos son santos ni tampoco todos son pecadores. Hay política. Lo que aquí estamos planteando tiene que ver con la realidad y no con los imaginarios que se construyen a partir de algunas ilusiones. Lo fundamental es la lucha por la paz, un paz justa, genuina, democrática, respetuosa de las identidades nacionales, una paz que debe sostenerse en la idea de que es posible la coexistencia de dos Estados para dos pueblos que merecen vivir en paz y con un futuro cierto. En Cercano Oriente lo mas revolucionario es la paz.
Deja tu comentario