(Parte 4)
por Isaac Rapaport
El XX Congreso del PCUS y la noche de los poetas asesinados
1956. Dios había muerto pero seguía siendo dios para quienes lo habían venerado.
Ese año se estaba realizando el XX Congreso del PCUS. Por tratarse de un congreso del partido gobernante en el país rector entre aquellos que aspiraban a una transformación de la sociedad, sus conclusiones suscitaban interés no solo entre sus simpatizantes sino en todo el mundo político.
Lo que nadie podía suponer era que el pedestal imaginario que sostenía la imagen de Stalin comenzara a ser cascoteado con informaciones que mostraban al dios inmaculado muy diferente al que todos suponían.
Cundió una mezcla de sorpresa y desazón, y una frase comenzó a ser usada como paradigma de lo negativo, el “culto a la personalidad”. El tiempo aportaría elementos de juicio aún más severos.
Ahora sí, Dios había muerto de verdad.
ESCRITORES
Producida la Revolución en 1917, las principales potencias en las que imperaba el sistema capitalista de producción comprendieron el peligro de contagio que implicaba la instauración de un modelo de país donde los trabajadores habían asumido el poder. Recuérdese la agresión militar inmediata de más de una decena de países al Estado naciente a la que se sumó una pertinaz acción de inteligencia y difamación, factores concurrentes necesarios para horadar la imagen del nuevo régimen ante la opinión pública.
Seguramente, en muchas ocasiones sirvieron de sustento a esas actitudes errores cometidos por quienes dirigían al bisoño Estado, constructores aprendices de un régimen diferente a los ya existentes. Pero más allá de los conocidos enemigos externos, lo que obviamente no se visibilizaba era la acción subterránea de ciertos dirigentes que distorsionaban los principios revolucionarios, produciendo graves deformaciones que condujeron a situaciones muy desgraciadas.
Desde fines de la década del 40 comenzaron a llegar informaciones que hacían referencia a una campaña de cercenamiento de la actividad cultural judía en la URSS. A comienzos de 1953 ya se comentaba concretamente que figuras relevantes de la literatura judeosoviética hacía tiempo no habían sido vistos públicamente.
En la Argentina el episodio tuvo su repercusión. Los dirigentes de la DAIA –que en esa época albergaba a un cierto número de entidades de la Federación de Entidades Culturales Judías (ICUF)– exigieron a todas sus instituciones adheridas la firma de un documento de repudio a la actitud de las autoridades soviéticas.
Los representantes de ICUF sostenían que carecían de información fehaciente que confirmara la sospecha, por lo cual se negaron a hacerlo. El castigo fue su ilegal expulsión de la DAIA. Pero no sólo eso. En consonancia con la decisión de la DAIA, el Vaad Hajinuj (Consejo Escolar de la AMIA) dejó de aportar a las escuelas del ICUF el subsidio que regularmente entregaba a todas las escuelas judías.
Es importante tener en cuenta que los ingresos de la AMIA se conformaban, entre otros recursos, con los aportes mensuales de todos sus socios entre los cuales había gran cantidad que pertenecían al sector progresista. Una verdadera estafa.
Pocos años después, el ya citado XX Congreso del PCUS confirmó lo que se presumía: varios de los más famosos escritores judeosoviéticos, entre los que se contaban David Bergelson y Peretz Markish, habían sido ejecutados en 1952 bajo falsas acusaciones que, en verdad, eran ni más ni menos que manifestaciones de cruel antisemitismo. Las nuevas autoridades soviéticas procedieron a la rehabilitaron póstuma de la memoria de los escritores fusilados.
(Parte 5)
SPUTNIK, LAIKA, GAGARIN, TERESHKOVA
En 1957, la Unión Soviética lanzó al espacio el primer satélite artificial denominado Sputnik, un acontecimiento que, además de su gigantesco valor como avance científico y tecnológico, provocó una enorme conmoción política en el mundo entero debido a que el país socialista, a tan solo doce años de haber terminado la guerra que le significó incomparable cantidad de destrucción y muerte, hubiera logrado tamaña conquista anticipándose a los Estados Unidos, nación conceptuada en ese terreno como la más avanzada del orbe.
A tal punto alcanzó el estremecimiento provocado por el suceso que unas semanas más tarde La Nación publicó en su sección cultural –que en ese entonces aparecía los domingos– un artículo del ilustre filósofo y educador español Francisco Ayala, fallecido hace pocos años, según el cual en el estado de Florida, se contemplaba la posibilidad de comenzar a implementar el estudio del idioma ruso en las escuelas secundarias.
Se consideraba importante tal medida ante la perspectiva de que los progresos soviéticos en la materia hicieran necesario que los futuros estudiantes universitarios se hallaran en condiciones de leer la literatura científica soviética en su idioma original.
En el mismo terreno, la URSS siguió brindando oportunidades de asombro en varias ocasiones consecutivas. A pocos meses del lanzamiento del Sputnik, viajó al espacio la perrita Laika, y en 1961, por primera vez, recorrió la órbita terrestre un satélite transportando a un ser humano, el inolvidable Yuri Gagarin y dos años después, la aún viviente Valentina Tereshkova se constituyó en la primera mujer cosmonauta.
MISILES EN CUBA
En 1962, la Cuba revolucionaria había pasado a ser una piedra en el zapato de los Estados Unidos, que no podían admitir la presencia de un país socialista en el continente americano. Ya había intentado una intervención militar un año atrás, instruyendo y proveyendo material bélico a los emigrados cubanos en Miami que invadieron infructuosamente Playa Girón en la Bahía de los Cochinos sufriendo una grave derrota.
Los procedimientos para provocar la caída del régimen eran múltiples, entre los que sobresalían en lugar prominente los atentados a su líder Fidel Castro (fueron más de 600 en el curso de su vida).
En octubre de 1962, aviones estadounidenses detectaron desde el aire la presencia de misiles soviéticos en la isla. El gobierno del presidente Kennedy puso el grito en el cielo acusando a los cubanos de amenazar su territorio y exigiendo su desmantelamiento.
Cuba se negó a hacerlo sosteniendo que se trataba de un recurso de defensa tendiente a disuadir a las autoridades yanquis de una nueva invasión a la isla. La situación se tensó y el mundo estuvo a un paso de la guerra.
En tal circunstancia, el líder soviético Nikita Jruschov propuso a Kennedy el retiro de los misiles a cambio de la promesa pública de no invadir jamás a Cuba y, además, retirar las bases militares americanas situadas en territorio turco, lindantes con la frontera soviética. El presidente americano aceptó la propuestay el mundo respiró con mayor tranquilidad. Dentro de pocos meses la revolución cubana cumplirá 60 años y su territorio nunca fue invadido.
(parte 6)
GORBACHOV
En 1985, quien era en ese momento el miembro más joven del Comité Central del PCUS, Mijail Gorbachov, asumió la conducción del país. Había leído algunas de sus declaraciones en las que el autor utilizaba reiteradamente las palabras perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia). Me enteré de su designación con agrado. Tenía la sensación de la llegada de una corriente de aire fresco. ¿Sería así?
Desde joven, me aquejaba una enfermedad que compartía con varios millones de personas en el mundo. No sabría como denominarla. Era algo así como “la religión del ateo” que consistía en que yo, ateo, aceptaba, como si fuera un dogma, cualquier noticia proveniente de la URSS.
Afortunadamente se trataba de una afección que, pese a su intensidad, admitía la posibilidad de desaparecer. Eso sí, requería tiempo y paciencia.
Efectivamente, la recuperación de la salud mental se inició a partir de la recepción de las noticias referidas al “culto a la personalidad”. Sin embargo, desprenderme del total de las telarañas que me aprisionaban no fue fácil. A pesar del resquebrajamiento inicial del dogma en 1956, durante los años siguientes hasta llegar a 1985 la información proveniente de la URSS y algunas de las decisiones que su gobierno tomaba y no me conformaban, me permitían suponer la existencia de dificultades importantes a las cuales, aunque no con el dogmatismo anterior, igualmente recibía con excesiva benevolencia.
De ahí que las expresiones de Gorbachov me resultaran promisorias.
El cúmulo y la vertiginosidad con que se sucedieron las novedades en los países de Europa Oriental y particularmente en la URSS desde 1985 hasta diciembre de 1991 fueron convirtiendo paulatinamente la esperanza en desolación. A esa altura ya resultaba totalmente evidente que el país de las enormes proezas había sufrido un importante grado de descomposición social que demandaba significativas reformas. ¡Pero nunca su desaparición!
FINAL
Se iniciaba una nueva mirada del mundo. Nunca había conocido otra Rusia que aquella que se denominaba Unión Soviética, ni en los mapas, ni en los noticiosos, ni en los diarios. Y todo lo que se vinculara con ella (incluyendo las exageraciones, que fueron muchas) era para mí un faro luminoso: “Banderas sobre las torres” de Makarenko, el Ejército Rojo, el Sputnik, Moscú, Sergio Eisenstein, Lev Yashin, Gagarin. “El Acorazado Potemkin”, el violinista David Oistraj tocando en el Anfiteatro del Parque Centenario, la Exposición Industrial Soviética en La Rural.
El dolor por la caída fue tremendo, como sin duda lo fue la alegría del enemigo. Uno de los ideólogos del capitalismo, el norteamericano Francis Fukuyama llegó a escribir que nos hallábamos ante El fin de la Historia, entendiéndose por ello que ya no habría posibilidad de un régimen superior al capitalista.
Obviamente, no osaría discutir con Fukuyama, pero ni en el peor momento de congoja provocada por el derrumbe, una idea de esa naturaleza cruzó por mi cabeza. Siempre pensé -y sigo pensando– que mientras hubiese opresores y oprimidos habría lucha y que esa lucha creará las condiciones para crear un régimen social más justo.
Tras la desintegración de los regímenes del llamado socialismo real se conocieron innumerables episodios que evidenciaron en esos países una verdadera distorsión de los objetivos de su fundación.
Antes y después de su desaparición me tocó recibir críticas respecto a mi condición de militante que simpatizaba con tales sistemas políticos. Debo haber ensayado diferentes respuestas. Seguramente algunas habrán sido correctas y otras no. La mejor, la más simple y honrada hubiese sido utilizar los conceptos expresados por Eric Hobsbawm. Según el reportaje aparecido en un ejemplar de la revista Ñ, publicado en noviembre de 2008, el notable historiador británico, ante críticas similares respondía ¿me hice yo comunista para cometer tropelías y abusar del poder o milité para luchar por la libertad y la justicia?
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