En los últimos días de 1918, algunos sectores reacciones de la Iglesia católica realizaron actos donde se acusó a los judíos de traidores y al socialismo como una tara hebrea. Las ofensas judeofóbicas no eran nuevas: comenzadas a fines del s. XIX, durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo (1910) se habían incrementado, pasando a formar parte de los argumentos nacionalistas (y xenófobos) de la oligarquía vernácula.

Alarmada, la prensa israelita porteña denunció en castellano e idish la provocación clerical. Di Presse –el órgano judío progresista- decía: “Los curas comenzaron en Corrientes y Junín. Prosiguieron luego sus sermones contra los socialistas y los judíos, con la ayuda de la Policía, por todo Buenos Aires y los suburbios. El domingo organizaron una conferencia similar en la Avenida Sáenz y Esquiú, rodeados por policías y escoltados por bandidos locales que estaban armados con bastones de acero. Después del mitin partió una manifestación. En Caseros y Rioja pronunció el cura Napal un tenebroso y agresivo discurso”.

A comienzos de enero se desató un profundo conflicto social: la huelga en los talleres metalúrgicos Vasena por mejores condiciones de trabajo. La actitud patronal –con complicidad gubernamental- derivó en una fuerte represión. Esto originó que las centrales obreras (las FORAs) declararan una huelga general en solidaridad con los obreros apaleados y hostigados. A partir de allí, la violencia institucional tomó características alarmantes.

La persecución ya no solo fue contra los trabajadores, sino contra sus organizaciones (sindicatos, bibliotecas, sociedades de resistencia, periódicos) y contra los extranjeros, en especial los judíos, lo cual derivó en un verdadero pogrom.

La reciente Revolución Rusa (octubre de 1917) había alertado a las clases dominantes sobre el “peligro rojo”, haciendo una simplificación burda y extrema. Dado que la mayoría de los judíos provenía del viejo y vetusto Imperio de los Zares, un reduccionismo grosero y simplón se convertía en esto: judío=ruso=maximalista (revolucionario, en los términos de la época)

En esa cuestión se conjugaron 3 vertientes: el odio de clase a todo lo que apareciera cuestionando el orden burgués, la vieja judeofobia promovida por la Iglesia Católica y el nacionalismo vulgar de las clases pudientes –que veía en cualquier inmigrante una amenaza-.

“El presidente Hipólito Yrigoyen puso en manos del General Luis Dellepiane la resolución del conflicto, otorgando al Ejército funciones y atribuciones que no le eran propias. Asimismo, tanto el gobierno nacional como los grupos conservadores apoyaron abiertamente el accionar de bandas parapoliciales, lo que constituyó una violación más a lo establecido constitucionalmente” (extraído de “La destrucción de la modernidad: los Talleres Vasena y la Semana Trágica en Buenos Aires”; Centro de Arqueología Urbana, publicada 25 octubre 2012,  actualizado 27 julio 2016)

El 17 de enero Di Presse criticaba la actitud del judaísmo oficial: `Sostenemos que en los trágicos días debíamos haber publicitado con mucha mayor dignidad y energía nuestros sentimientos y pensamientos, tal como fue hecho por diversos escritores anónimos y representantes del movimiento obrero. No hay que arrodillarse ante los bárbaros, que actuaron en forma tan brutal, asaltando hogares, arrestando a centenares y centenares de trabajadores, utilizando viles calumnias y maltratando y pegando a mujeres y niños indefensos. Nuestra protesta debió haber sido clara y precisa. Se debió haber culpado a la policía como la responsable de las brutalidades cometidas. Ella apoyó a los falsos patriotas que, con la bandera argentina en sus manos y entonando el Himno Nacional, marchaban por los barrios pidiendo nuestra muerte. Todas las salvajes arbitrariedades fueron cometidas por la policía o apoyadas por ella´.

Sintetizando: no eran ni «perturbadores extranjeros» ni «rusos» ni «terroristas» como los medios oficiales y del poder trataron de disfrazar esa ordalía criminal. Eran obreros que querían tener los derechos de la dignidad y de la vida: las sagradas ocho horas de trabajo. Los panaderos y los yeseros ya habían conseguido –por su lucha– las 8 horas en 1898. Los metalúrgicos, en 1919, todavía trabajaban 9 horas diarias. Por eso la huelga y por el lugar de trabajo para los despedidos. Dignidad y Justicia.

La respuesta del poder fue bala y más bala. Con los uniformados de siempre. Esta vez ya con la ayuda de los muchachos del barrio Norte, las guardias blancas, la llamada después «Liga Patriótica Argentina». Salieron a matar «anarquistas, rusos, judíos y enemigos de la Patria». Las calles de Buenos Aires quedaron teñidas de sangre obrera…. Pero luego de la matanza pasó a ser un tema del cual no se habla´.

A casi un siglo de sucedidos es imprescindible rescatar hechos y acontecimientos relegados al silencio y al olvido…o peor aún, tergiversados ex profeso en la nebulosa del recuerdo.

El ataque antisemita ocurrido en 1919 en Buenos Aires, merece alguna otra lectura. Una clave puede ser la de la discriminación racial ocultando intereses de clase: por ejemplo, las masacres de niños y adultos indígenas indefensos perpetradas en el Chaco en 1924 y en Formosa en 1947, impunemente asesinados en ambos episodios por haberse atrevido a reclamar acuciados por el hambre, el pago de los míseros jornales que les adeudaban los contratistas de las empresas obrajeras, lugares estos donde con la complicidad de las autoridades territoriales, se los explotaba en condiciones de total perversidad.

Tanto el pogrom porteño de 1919 como las matanzas de Napalpí y Rincón Bomba ocurrieron bajo la directa responsabilidad de gobiernos electos democráticamente por el pueblo argentino: ¡que absurdo! También por esta coincidente circunstancia, alguna oculta y perniciosa razón de Estado –aparentemente imprescindible- los condenó al olvido.

A partir de la restauración institucional tras la negra noche de la última dictadura militar, y en especial en los años recientes, una sociedad argentina abierta y plural entiende que lo ineluctable debe dar paso a lo ineludible.

El pasado no se puede eludir. Tarde o temprano en la historia, los silencios gritan. La memoria no es para ser venerada ni puesta en un altar. La memoria es un puente tendido desde el presente para comprender el pasado y el futuro. En nuestro caso, es para consolidar el estado de derecho y el modo de vida genuinamente democrático.

El ICUF (Idisher Cultur Farband / Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina) recuerda este trágico hecho de nuestra Historia nacional y comunitaria con el solo objetivo de rendir homenaje a las víctimas, señalar a los victimarios e instar al pueblo argentino a construir  sociedades justas en las que la convivencia sea uno de los pilares fundantes.

semana trágica

 

En los últimos días de 1918, algunos sectores reacciones de la Iglesia católica realizaron actos
donde se acusó a los judíos de traidores y al socialismo como una tara hebrea. Las ofensas
judeofóbicas no eran nuevas: comenzadas a fines del s. XIX, durante los festejos del Centenario
de la Revolución de Mayo (1910) se habían incrementado, pasando a formar parte de los
argumentos nacionalistas (y xenófobos) de la oligarquía vernácula.
Alarmada, la prensa israelita porteña denunció en castellano e idish la provocación clerical.
Di Presse –el órgano judío progresista- decía: “Los curas comenzaron en Corrientes y Junín.
Prosiguieron luego sus sermones contra los socialistas y los judíos, con la ayuda de la Policía,
por todo Buenos Aires y los suburbios. El domingo organizaron una conferencia similar en la
Avenida Sáenz y Esquiú, rodeados por policías y escoltados por bandidos locales que estaban
armados con bastones de acero. Después del mitin partió una manifestación. En Caseros y
Rioja pronunció el cura Napal un tenebroso y agresivo discurso”.
A comienzos de enero se desató un profundo conflicto social: la huelga en los talleres
metalúrgicos Vasena por mejores condiciones de trabajo. La actitud patronal –con complicidad
gubernamental- derivó en una fuerte represión. Esto originó que las centrales obreras (las
FORAs) declararan una huelga general en solidaridad con los obreros apaleados y hostigados. A
partir de allí, la violencia institucional tomó características alarmantes.
La persecución ya no solo fue contra los trabajadores, sino contra sus organizaciones
(sindicatos, bibliotecas, sociedades de resistencia, periódicos) y contra los extranjeros, en
especial los judíos, lo cual derivó en un verdadero pogrom.
La reciente Revolución Rusa (octubre de 1917) había alertado a las clases dominantes sobre
el “peligro rojo”, haciendo una simplificación burda y extrema. Dado que la mayoría de los
judíos provenía del viejo y vetusto Imperio de los Zares, un reduccionismo grosero y simplón se
convertía en esto: judío=ruso=maximalista (revolucionario, en los términos de la época)
En esa cuestión se conjugaron 3 vertientes: el odio de clase a todo lo que apareciera
cuestionando el orden burgués, la vieja judeofobia promovida por la Iglesia Católica y el
nacionalismo vulgar de las clases pudientes –que veía en cualquier inmigrante una amenaza-.
“El presidente Hipólito Yrigoyen puso en manos del General Luis Dellepiane la resolución del
conflicto, otorgando al Ejército funciones y atribuciones que no le eran propias. Asimismo,
tanto el gobierno nacional como los grupos conservadores apoyaron abiertamente el accionar
de bandas parapoliciales, lo que constituyó una violación más a lo establecido
constitucionalmente” (extraído de “La destrucción de la modernidad: los Talleres Vasena y la
Semana Trágica en Buenos Aires”; Centro de Arqueología Urbana, publicada 25 octubre 2012,
actualizado 27 julio 2016)
El 17 de enero Di Presse criticaba la actitud del judaísmo oficial: `Sostenemos que en los
trágicos días debíamos haber publicitado con mucha mayor dignidad y energía nuestros
sentimientos y pensamientos, tal como fue hecho por diversos escritores anónimos y
representantes del movimiento obrero. No hay que arrodillarse ante los bárbaros, que
actuaron en forma tan brutal, asaltando hogares, arrestando a centenares y centenares de
trabajadores, utilizando viles calumnias y maltratando y pegando a mujeres y niños indefensos.
Nuestra protesta debió haber sido clara y precisa. Se debió haber culpado a la policía como la
responsable de las brutalidades cometidas. Ella apoyó a los falsos patriotas que, con la
bandera argentina en sus manos y entonando el Himno Nacional, marchaban por los barrios
pidiendo nuestra muerte. Todas las salvajes arbitrariedades fueron cometidas por la policía o
apoyadas por ella´.
Sintetizando: no eran ni "perturbadores extranjeros" ni "rusos" ni "terroristas" como los
medios oficiales y del poder trataron de disfrazar esa ordalía criminal. Eran obreros que
querían tener los derechos de la dignidad y de la vida: las sagradas ocho horas de trabajo. Los
panaderos y los yeseros ya habían conseguido –por su lucha– las 8 horas en 1898. Los
metalúrgicos, en 1919, todavía trabajaban 9 horas diarias. Por eso la huelga y por el lugar de
trabajo para los despedidos. Dignidad y Justicia.
La respuesta del poder fue bala y más bala. Con los uniformados de siempre. Esta vez ya con
la ayuda de los muchachos del barrio Norte, las guardias blancas, la llamada después "Liga
Patriótica Argentina". Salieron a matar "anarquistas, rusos, judíos y enemigos de la Patria". Las
calles de Buenos Aires quedaron teñidas de sangre obrera…. Pero luego de la matanza pasó a
ser un tema del cual no se habla´.
A casi un siglo de sucedidos es imprescindible rescatar hechos y acontecimientos relegados
al silencio y al olvido…o peor aún, tergiversados ex profeso en la nebulosa del recuerdo.
El ataque antisemita ocurrido en 1919 en Buenos Aires, merece alguna otra lectura. Una
clave puede ser la de la discriminación racial ocultando intereses de clase: por ejemplo, las
masacres de niños y adultos indígenas indefensos perpetradas en el Chaco en 1924 y en
Formosa en 1947, impunemente asesinados en ambos episodios por haberse atrevido a
reclamar acuciados por el hambre, el pago de los míseros jornales que les adeudaban los
contratistas de las empresas obrajeras, lugares estos donde con la complicidad de las
autoridades territoriales, se los explotaba en condiciones de total perversidad.
Tanto el pogrom porteño de 1919 como las matanzas de Napalpí y Rincón Bomba ocurrieron
bajo la directa responsabilidad de gobiernos electos democráticamente por el pueblo
argentino: ¡que absurdo! También por esta coincidente circunstancia, alguna oculta y
perniciosa razón de Estado –aparentemente imprescindible- los condenó al olvido.
A partir de la restauración institucional tras la negra noche de la última dictadura militar, y
en especial en los años recientes, una sociedad argentina abierta y plural entiende que lo
ineluctable debe dar paso a lo ineludible.
El pasado no se puede eludir. Tarde o temprano en la historia, los silencios gritan. La
memoria no es para ser venerada ni puesta en un altar. La memoria es un puente tendido
desde el presente para comprender el pasado y el futuro. En nuestro caso, es para consolidar
el estado de derecho y el modo de vida genuinamente democrático.
El ICUF (Idisher Cultur Farband / Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina)
recuerda este trágico hecho de nuestra Historia nacional y comunitaria con el solo objetivo de
rendir homenaje a las víctimas, señalar a los victimarios e instar al pueblo argentino a construir
sociedades justas en las que la convivencia sea uno de los pilares fundantes.