1. Durante la escuela primaria, y también en la secundaria, los actos en los que se conmemoraban los acontecimientos patrióticos me resultaban muy aburridos. Ni los ensayos previos de las formaciones durante el horario escolar, ni las marchas militares, ni la indumentaria alegórica, ni el himno, ni los discursos acartonados me provocaban la más mínima emoción.
Pasado un tiempo, comienzan a asomar ciertas curiosidades, o intereses, que derivan con frecuencia en la incorporación a una actividad societaria y/o política. Una vez inmerso en esta y como producto de esta, nos invade el anhelo de consolidar y acrecentar un conjunto de ideas que, desde la incipiente adolescencia, bullían con fuerza.
Nos cuestionamos, nos afirmamos, aprendemos.
Pero… la tarea institucional o política no depende solo de adquirir sabiduría. Es acción proselitista, es difusión de la ideología, es debatir con propios y extraños, y es disponer, entre otras cosas, de elementos argumentales frente a la prevista celebración de efemérides o a la irrupción de acontecimientos inesperados.
De pronto, la ocasión nos enfrenta con un 25 de mayo de 1810, o un 14 de julio de 1789, o un 7 de noviembre de 1917, o el 17 de octubre de 1945, y tu hijo, o tu vecino o tu colega efectúan un comentario o una pregunta y… ¿Qué contestás? ¿Lo que te enseñaron en el colegio hace años? Si es que lo enseñaron…
Te abraza entonces un auténtico interés por lo histórico. Te das cuenta de que muchos de los sucesos que se conmemoran —y que tiempo atrás solo registrabas por su condición de feriado en el almanaque— revisten una trascendencia gravitante en el desarrollo de la Humanidad. También percibís que algunos de estos solo reciben una mención —a veces mayor y, otras, menor— en los medios de comunicación más importantes, cuando no son tergiversados o totalmente negados y, junto con estos, sus actores.
Podría repetirse aquello de que ciertos personajes —vale también para grupos u organizaciones— intervinientes en tales sucesos, muchos de los cuales merecerían ser considerados visionarios o heroicos, mueren dos veces: una vez al momento de perecer y, otra, con el olvido.
2. La historia del movimiento progresista judío de la Argentina es parte inseparable de la historia de la totalidad del movimiento progresista nacional. Su exponente más notorio ha sido el ICUF. Está colmado de realizaciones fundamentales pero, además, contiene páginas que desbordan abnegación, valentía, heroísmo, lucidez conceptual. También errores, naturalmente, como sucede siempre allí donde se mueven seres humanos.
Fui miembro del Consejo Directivo del ICUF desde fines de 1968 hasta 1981 y, nuevamente, desde 2008
hasta la actualidad.
Períodos distantes, generaciones diferentes, grandes cambios.
Una noche, en una de las habituales reuniones, posé mi mirada —lo había hecho infinitas veces antes inconscientemente— en un cuadro colgado en la pared donde aparecía la efigie del doctor Sansón Drucaroff, muerto en 1973 mientras ejercía la presidencia del ICUF, tras una trayectoria excepcional dentro del judaísmo progresista judeo-argentino. Y me picó una curiosidad.
Días más tarde, como al pasar, pregunté a algunos jóvenes del ambiente si conocían al personaje del cuadro. Hubo —como presumía— varias respuestas negativas. Me provocó perplejidad y dolor, no solo por Sansón, sino por los muchos olvidados que, como él, forjaron lo que fue el ICUF como sembrador de nobles ideales y de valiosas acciones.
Reflexionaba: ¿Cómo es posible que no exista una historia del ICUF y que, con el tiempo, gran parte de esta pase al olvido? Si bien es cierto que se conserva documentación parcializada, lo lamentable es que no haya un registro sistematizado de lo que fue la Federación y cada una de sus entidades adheridas y sus dirigentes. Una descripción pormenorizada del ICUF y de sus instituciones alcanzaría dimensiones enciclopédicas.
Existen archivos históricos de la colectividad judeo-argentina confeccionados por personas u organismos que creen haber descripto la totalidad del universo institucional. Pero no es así. Por ignorancia o deliberadamente, adolecen de lo señalado más arriba: para algunos de ellos el ICUF (casi) no existió; actitud insólita si recordamos que en una de las elecciones de la AMIA de fines de los años 40 la lista integrada por simpatizantes del ICUF fue la vencedora con más del 38% de los votos.
Sin embargo, no se trata solamente de actitudes discriminatorias. Existe, probablemente, una explicación principal, entre varias. Las actividades del ICUF eran —y son— el resultado de una concepción progresista de la vida y de la sociedad, visión combatida por muchos de los gobiernos antidemocráticos que soportó nuestro país, cuyas autoridades restringieron severamente la libertad de gran cantidad de dirigentes icufistas, prohibieron numerosos actos, clausuraron escuelas, teatros, publicaciones.
La necesidad de preservar la seguridad de personas y de entidades, y el instinto natural de autoconservación dieron lugar a la destrucción de infinita cantidad de libros, documentos, reseñas, anotaciones, libros de actas, todo lo cual hubiese sido fuente inagotable para un eventual intento de historización.
3. El retoño. La creación del Centro Documental y Biblioteca Pinie Katz (CeDoB), último brote de la gran producción del ICUF, vino a llenar un notable vacío. Hace posible que actuales y próximas generaciones, activistas e investigadores de la colectividad o fuera de esta conozcan y reconozcan al ICUF y a sus constructores.
Asimismo, que adviertan que las políticas sustentadas en el tiempo por las diversas dirigencias icufistas no fueron el simple producto de mentes iluminadas o ímpetus ocasionales, sino la consecuente adhesión a un hilo ideológico conductor cuyo norte fue, siempre, siempre, la brega por un mundo sin guerras ni discriminaciones, un país con igualdad de oportunidades para todos sus habitantes, una colectividad que no reniegue de sus ancestrales valores favorables a las causas populares.
¡¡Nuestro beneplácito por el segundo aniversario de la existencia del CeDoB, y los mejores augurios para su futuro!!
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