Las acciones seguidas por el gobierno de Francia de Nicolás Sarkozy de expulsar de su territorio a pobladores romaníes (gitanos) de origen rumano y búlgaro, son una verdadera afrenta a la condición humana. Documentos del Ministerio del Interior estigmatizan a los gitanos e incluyen la destrucción de sus asentamientos y deportaciones colectivas hacia sus países de origen. Estos actos del Gobierno galo son jurídicamente ilegales, ya que se concentran directamente en una categoría de población y no en grupos o individuos incriminados por ciertos delitos.

Así, estas medidas sólo exacerban un ultraje hacia los gitanos y la extrema pobreza en la que viven. Quién iba a imaginar que en la cuna de la Declaración de los Derechos Humanos sucediera acto semejante al punto de ofendernos como seres humanos. No hace falta señalar aquí que el pueblo romaní fue uno de los mas castigados por el nazismo –luego del pueblo judío- con sus denigrantes políticas raciales.

Sarkozy sigue el mismo camino persecutoria y abiertamente racista de estados como Arizona (EEUU), hacia las personas indocumentadas provenientes de Centroamérica. Recientemente el banquero alemán Thilo Sarrazin expresó abiertamente su islamofobia al atribuir los problemas de integración de la minoría turco-musulmana a factores genéticos y religiosos. Israel acaba de expulsar cerca de 400 jóvenes hijos de personas indocumentadas.

En Italia existen verdaderos “campos de concentración”  donde se reúnen a las personas inmigrantes sin papeles –especialmente procedentes de los países balcánicos y africanos-; en Suecia acaba de ganar su ingreso al parlamento un partido anti-inmigratorio de origen nazi y en España son bien conocidos los actos xenófobos por parte de la administración y de sectores de la población. Tiempo atrás, en nuestro país vivimos situaciones semejantes con inmigrantes de origen boliviano.

En todos los casos, ninguno de ellos se quejó cuando esos mismos inmigrantes fueron a cubrir el faltante de mano de obra, especialmente en tareas y oficios que los naturales de esos países no querían realizar (construcción, agricultura, recolección de basura y otros poco calificados y de bajos salarios). Sobre el particular, es imprescindible tomar medidas urgentes, medidas que tengan que ver con el respeto a la diversidad y a los particularismos y con la convivencia. Nos preocupa enormemente que quienes se ven a sí mismos como portadores de la “civilización” actúen de una manera tan cruel. Propugnamos una sociedad de justicia.

El neoliberalismo planteó la libre circulación de bienes, mercancías y capitales, pero no de personas. Hoy están a la vista y materializadas esas políticas inhumanas. El ideal de una buena integración no es para cuándo me conviene y con quién me conviene; la integración debe buscar reducir las diferencias sociales, económicas y culturales respetando a las comunidades.

¿Acaso Francia, Alemania o España son una sola comunidad?, ¿no hay diferencias de todo tipo entre bretones y alsacianos, entre vascos y andaluces, entre bávaros y pomeranios, entre galeses e ingleses? La buena integración es aquella en la que se da tanto como se recibe, y así nos beneficiamos todos. Es un ida y vuelta, no un camino unidireccional. La sociedad debe pensarse como un todo. ¿Qué sería de esas sociedades sin inmigrantes que trabajan tanto o más que algunos nacionalizados? ¿sobrevivirían? Una de las características de la actualidad es la diversidad, lo multicolor, lo polifacético.

Se terminaron las uniformidades –aunque el capital transnacionalizado pretende que todos consumamos lo mismo: bebamos Coca Cola, comamos hamburguesas MacDonald, usemos jeans, escuchemos y veamos MTV, compremos en los Wall Marts y habitemos “no lugares” en los que seríamos incapaces de distinguir si estamos en Oslo, Nairobi, Bangkok o Montevideo-. “En esta mundialización de la vida hay que buscar las razones de esa violencia colectiva, que, en efecto crece de manera dramática… la universalización de las comunicaciones… hace saber a los pobres del mundo lo que no tienen, aquello de que están privados y otros disfrutan” decía Mario Vargas Llosa (ver La Nación, 18-III-1995, pg. 7)

Condenamos a la injusticia y a la tristeza. Celebramos la felicidad de poder entrar y salir, de transitar, de permanecer con la única condición de no dañar ni ofender a nadie. No perdemos nuestros sueños ni nuestras utopías por cobardía intelectual. Seguimos pensando que es posible otro mundo, una era de paz e igualdad. Para ello trabajamos. Con respeto, con justicia, con democracia, con dignidad, con una distribución de la riqueza que considere como objeto de sus fines a los seres humanos y no el beneficio exclusivo de las corporaciones.

El ICUF (Idisher Cultur Farband / Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina), fiel a las mejores tradiciones democráticas judías, dice NO A LAS DEPORTACIONES, NO A LAS MEDIDAS DISCRIMINATORIAS, NO A LA XENOFOBIA, NO AL RACISMO en cualquiera de sus manifestaciones.

Sr. Marcelo Horestein | Secretario
Prof. Daniel Silber | Presidente