El 21 de junio de 1962, hace 55 años, fue secuestrada, en Buenos Aires, Graciela Sirota. Esta joven judía, de solo 19 años, estudiaba Matemáticas en la Universidad de Buenos Aires y era simpatizante de la Federación Juvenil Comunista (FJC). Fue golpeada y subida a un auto cuando esperaba el colectivo para ir a la facultad. También fue torturada: quemada con cigarrillos por todo el cuerpo; y para terminar y profundizar la humillación le grabaron, con una navaja, una esvástica en el pecho.

Si bien sus agresores nunca fueron identificados, la agrupación Tacuara —una formación de ultraderecha neofascista, inspirada por la prédica del sacerdote católico Julio Meinvielle— justificó el hecho. Esta agrupación se desarrolló entre 1957 y 1965, aproximadamente, con una serie de acciones violentas de carácter antisemita, que contaba además con el beneplácito de la Policía local.

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El aval de la Policía Federal llegó hasta tal punto que estas bandas, a cargo del capitán de navío Horacio Green, fueron denunciadas, primero, por negar el hecho y, luego, por haber acusado a las instituciones judías de promover desórdenes y de expresar simpatía por la ideología comunista.

En 1962, Horacio Green era jefe de la Policía Federal y mostraba, de manera abierta, su afinidad con la ideología nacional-fascista. Entre julio y noviembre de 1966, fue Secretario de Abastecimiento, a la vez que policía municipal de la Capital Federal.

Durante la presidencia de facto de su cuñado, el dictador General Juan Carlos Onganía, Green fue un activo defensor de los Tacuara y de la Guardia Restauradora Nacionalista, dos agrupaciones que protagonizaban intimidaciones y atentados contra centros culturales, deportivos, sociales, religiosos y educativos judíos.

Se recuerdan, de esta época, las pintadas y las volanteadas injuriosas, las amenazas escritas y telefónicas, las bombas explosivas y de alquitrán lanzadas contra los frentes institucionales, las provocaciones, las peleas a puño limpio en las escuelas secundarias, el tiroteo en el Colegio Nacional Sarmiento —de la CABA— durante el que fue herido el estudiante Edgardo Trilnik, o el asesinato del joven Raúl Alterman —militante del PC—, por “judío y comunista”. El “caso Sirota” fue uno de los puntos más altos de esta ofensiva de Tacuara.

El 28 de junio de ese mismo año, a partir del “caso Sirota” se concretó, con impulso de la DAIA, un cese total de actividades de la colectividad, en protesta por los atentados antisemitas y por la actitud cómplice de la Policía. Un centenar de comercios e instituciones, en todo el país, mostraron el cartel: CERRADO EN PROTESTA POR LAS AGRESIONES NAZIS EN ARGENTINA.

En las escuelas secundarias públicas y en las aulas universitarias, también faltaron sus alumnos; y se recibieron muestras de apoyo por parte de diversos sectores políticos, gremiales y culturales.

Estas bandas neofascistas percibieron que no resultaba gratis ir a buscar pelea con semejante apoyo. Y por eso mismo, entre otras consecuencias, comenzaron a surgir grupos de autodefensa dentro de la comunidad judía, con turnos de guardia —voluntarios— para las instituciones, y otras actividades de esas características. También brindaban clases de judo —las que tenían cada vez mayor concurrencia—.

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Tacuara fue apagándose, pero luego encontró su reciclaje en la Guardia Restauradora Nacionalista. Muchos de sus integrantes terminaron siendo parte de organizaciones terroristas de ultraderecha como Concentración Nacional Universitaria (CNU) o la Alianza Anticomunista Argentina (AAA, Triple A).

Fue la Triple A, el brazo armado de López Rega –completamente ilegal–, participó activamente en la represión ilegal al movimiento popular, entre 1974-75. Finalmente, se integró al sistema del terrorismo de Estado, durante la dictadura cívico-militar de 1976-83. También se alistó en el famoso Batallón 601 de “contrainteligencia” del Ejército, uno de los más feroces en la coerción paraestatal.

En relación con el “caso Sirota”, la DAIA cumplió un papel importante al fomentar el rechazo social y la demanda de justicia. Hoy, esa misma entidad, en cambio, resalta por su falta de pronunciamiento ante los casos de antisemitismo, el negacionismo de algunos funcionarios argentinos, la ausencia de convicción ante las faltas que atentan contra los Derechos Humanos y en la reducción a las condenas por crímenes de lesa humanidad.

En la actualidad, la DAIA no se pronuncia ante la presencia de las organizaciones neonazis en la Casa Rosada o los desfiles de “carapintadas”; tampoco reconocimos su voz cuando se supo, hace apenas algunos días, que el filonazi Alejandro Biondini presentará seis listas para las elecciones legislativas, por las que recibirá un presupuesto de 20 millones de pesos para publicidad.

En la actualidad resurgieron grupos neofascistas con orientación antisemita. Desde el ICUF (Idisher Cultur Farband – Federación de Entidades Culturales Judías de Argentina) renovamos nuestro compromiso con la lucha contra el antisemitismo, denunciando los hechos delictivos y el vandalismo que esos grupos han acometido. Nuestro compromiso es seguir trabajando por un mundo más justo, por una Argentina en donde haya respeto y reconocimiento de todas las culturas, donde se pueda desarrollar la vida de forma plena.