holocaustoDesde el año 2005, cada 27 de enero por iniciativa de la UNESCO se conmemora en todo el mundo el día de homenaje a las víctimas del HOLOCAUSTO –las masacres perpetradas por el nazismo contra las juderías europeas-, coincidente con el día que el Ejército Soviético liberó al campo de concentración y exterminio de Auschwitz

Eran los días últimos de la Segunda Guerra Mundial. A comienzos de 1945, el avance de las tropas soviéticas en territorio polaco era implacable. Los batallones nazis eran derrotados uno tras otro en cruentas batallas. En enero de ese año, el Primer Frente Ucraniano del Ejército Rojo -comandado por el mariscal Iván Konev-, derrotó a los alemanes en la orilla izquierda del río Vístula cerca de Cracovia, y dirigió una ofensiva hacia la región industrial de Silesia.

En su camino las tropas llegaron a un pequeño pueblo llamado Oswiecim (en alemán: Auschwitz). Cerca de esa localidad estaban los campos de concentración Auschwitz y Birkenau, ocupando una superficie de 468 hectáreas.

Cuando, el 27 de enero, la división de infantería de Lvovskaya, bajo el mando del General Mayor Fyodor Krasavin, ingresó a Auschwitz, luego de un feroz combate con los guardias remanentes del campo. Quedaban 7.000 prisioneros allí. Las formaciones soviéticas estaban compuestas por militares: rusos, ucranianos, bielorrusos, armenios, osetios, georgianos, kazajos, cosacos, kirguizes y judíos.

Lo que allí vieron era inimaginable: el horror materializado, el infierno hecho realidad. En su cobarde huida, la administración nazi trató de borrar sus huellas, quemando archivos y documentación, destruyendo edificaciones, demoliendo barracas y tratando de hacer desaparecer los infames hornos crematorios y cámaras de gas. Imposible. Las evidencias eran pruebas irrefutables contra cualquier negacionismo.

Todo ello es fiel testimonio de la bestialidad que el nazismo hizo gala. Luego de liberar a los prisioneros –provenientes de distintos países de Europa-, cada uno de ellos se convirtió en la memoria viva de lo ocurrido para no olvidar. El terror, el odio, la muerte, el racismo –llevados a extremos inauditos e intolerables- se concretaron allí.

Multitud de hombres y mujeres fueron masacrados en esos siniestros lugares: 1.000.000 de judíos, 20.000 gitanos, 100.000 prisioneros de guerra, miles de opositores políticos, homosexuales, testigos de Jehová, hombres, mujeres. Unos 330.000 judíos húngaros y 200.000 judíos polacos fueron gaseados. El cinismo nazi se expresaba en el portal de arribo: “Arbeit mach frei” – el trabajo libera.

Teodoro Adorno decía que sería imposible escribir poesía después de Auschwitz, que era un acto de barbarie; estaba absolutamente desencantado sobre lo que había pergeñado la Humanidad. Para Adorno –como anteriormente había previsto Walter Benjamin- el desarrollo de la cultura occidental y de su tecnología, habían desembocado en esos espantos que se sintetizaban el campo de exterminio de Auschwitz (y nosotros agregamos, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, pocos meses después)

Sin embargo, es preciso realizar un recorte, una re-lectura. La sola cultura consecuente de Auschwitz, incluida su crítica urgente sería irrelevante La cuestión no pasa por impugnar solo Auschwitz, sino objetar, reclamar, rechazar todo aquello que sea como Auschwitz, que se convierta en su continuidad corregida, multiplicada y perfeccionada.

Ejemplos hay de sobra, desde las dictaduras latinoamericanas del Plan Cóndor a las cárceles clandestinas de EEUU, desde los drones “inteligentes” que explotan sobre escuelas y hospitales potenciando el dolor y la angustia, hasta el hambre y la sed planificadas, desde las emigraciones forzosas hasta la construcción de infames muros fronterizos, la proliferación de nuevos modelos del fascismo en Polonia, Hungría, Brasil, entre muchos.

Pero también se escribe. El lenguaje no es un refugio, no es lo que queda cerca de la destrucción. Es, por el contrario, el espacio en que se produce la toma de conciencia y, al mismo tiempo, la distancia con el evento de la destrucción. Por eso denunciamos, acusamos, condenamos, enjuiciamos, reprochamos, recriminamos.

Para que NUNCA MAS existan ni los Auschwitz ni los habitantes de Auschwitz.

Para que Auschwitz no sea solo un recuerdo deleznable para el género humano, sino que sea inadmisible.

Para que la convivencia, la libertad, la democracia, el respeto, la pluralidad, las diferencias dejen de ser conceptos abstractos y se transformen en existencia palpable y accesible a cualquiera de los integrantes de éste, el género humano sobre la Tierra, nuestra Casa Común, ese único puntito azul en medio de la inmensidad del Universo.

Marcelo Horestein Isaac Rapaport

Presidente Secretario General