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Catalina «Guite» Kovensky de Kessler (14 de abril de 1929, Tucumán – 20 de junio de 2015, Santa Fe).
Ahora —y por estas fechas con más ahínco—, muchas mujeres nos miramos en el espejo y en perspectiva. Nuestro camino transitado, las arrugas, los pliegues, tatuajes (o no), fotos, la ropa, el entorno, el pelo, las prácticas. Miramos quiénes éramos, de dónde venimos, quiénes somos. Identificamos a veces esos dobleces, esos “giros” y repliegues en lo cotidiano; aquello del asombro, del acontecimiento, esos puntos de inflexión que marcaron huella y a partir de los cuales, ya no más algo. No más a algunas cosas, algunos modos, algunas prácticas, algunos chistes, algunas palabras, algunos usos, algunos reclamos, modos de analizar, formas de aceptar o tolerar. En otros casos, no sabemos exactamente cuál fue el viraje en el camino, sino más bien podemos identificar una gradualidad un tanto difusa que definitivamente nos fue haciendo viajar a otros destinos.
En esos pensares, también es posible ficcionar (en el mejor sentido, en el de imaginar para crear). Y es desde esta última posibilidad mencionada, que me permito en este punto afirmar: “Guite es feminista”.
Si fuera estricta y poco imaginativa, en cambio, no podría permitirme semejante testimonio. La verdad es que ella, mi baba (y la de tantas otras personas) afirmaba enérgicamente: “Yo no soy feminista, soy humanista e igualitaria”. En su trayectoria, en sus épocas de andanzas, en los tiempos que corrían, en los ambientes que circundaba, los espacios que habitaba, el feminismo como movimiento tenía en parte ese velo de ultraísmo totalitario.
No es que ella no fuera coherente con lo que pensaba, sino más bien, en su afirmación estaba vigente un anhelo de sociedad justa, equitativa e igualitaria. Y en tal sentido, cada ser debería entenderse como un sujeto de derechos, todos y cada uno, con igualdad de posibilidades. Por lo tanto, discriminar un movimiento o una lucha separándola de aquel objetivo de máxima era algo contradictorio.
Aquello que le molestaba del feminismo a la Guite de su entonces tenía que ver con que se presentaran esas luchas por oposición, ese argumento que tanto se enarbola como: “Las feministas están en contra de los hombres”. Y no es que ella no entendiera que no era exactamente eso pero, todavía, la gran marea, el gran crecimiento del movimiento feminista estaba en gestación.
Las construcciones emancipatorias y de reclamos de las mujeres claramente no son algo nuevo ni unilineal. La opresión del patriarcado (eso que hoy en día tantos podemos nombrar y describir así, entendiendo medianamente a qué nos referimos) es una realidad añeja, forjada y reforzada por el sistema económico, por los sistemas políticos y por las instituciones de la sociedad. Las resistencias a los cambios, por otra parte, no son más que reflejos de mecanismos de adaptación. Y el tema de fondo… es cuáles son los cambios deseados (y también cuáles son los privilegios que se ponen en juego con esos cambios).
Voy a intentar enumerar algunas de las cosas por las cuales me atrevo a decir que Guite es feminista:
De muy joven inició una carrera universitaria, no la continuó apostando al amor y su propio proyecto de familia. Pero adoraba relatar que era casi la única mujer estudiando arquitectura por los años 40.
Contaba aun con extrañamiento las escenas horrorizadas en las playas santafesinas cuando se vino de Montevideo luciendo un traje de baño. Y le encantaba haber generado ese revuelo.
Al igual que tantas otras mujeres, sostenía la dinámica familiar y el trabajo doméstico, pero además trabajaba afuera de su casa. Ya de grande había comprendido que volver a las corridas para cocinar, poner la mesa, lavar los platos y volver a trabajar no era un mandato que no pudiera ser revisado y modificado.
En su vida institucional en la I. L. Peretz <de Santa Fe>, relataba con afecto los momentos compartidos con el grupo de teatro, las reuniones de mujeres icufistas, su docencia en el Shule, el proceso de construcción del Kinder Club, el coro, la Comisión Directiva. En cada espacio comprendía la importancia del trabajo y especialmente de la gesta y los aportes por parte de las mujeres.
En sus remembranzas aparecían el anecdotario de momentos icónicos como las manifestaciones a las que la llevaba su madre, las charlas con su suegra, la camaradería con sus amigas. Y todo lo que la pudimos disfrutar nietas y nietos, los espacios de confidencia, la contención, la palabra justa y fundamentalmente la capacidad de comprender.
Hasta muy grande se presentaba como Guite de Kessler. Ya en los últimos años de su vida, primero un poco a regañadientes, indicaba su apellido, Kovensky.
Hay otras cosas que me las guardo para el círculo más íntimo pero puedo asegurar, sin lugar a dudas, que Guite, Catalina, hoy es feminista y, de continuar viviendo en este plano, tendría un pañuelo violeta colgado de su bolso o en la pared junto a los platitos de porcelana pintados. Si pudiera caminar andaría por las plazas del 8M (y por las plazas necesarias de tantas otras fechas). Discutiría algunas cosas posiblemente y en privado con nosotras, las nietas (y los nietos también), pero se sacaría una selfie apoyando la movida. No lo dudaría, enarbolaría el Ni una menos como consigna imperiosa y necesaria. Capaz hasta la convenciéramos de pintarse los labios de violeta.
Posiblemente haya quien sienta que lo brevemente descripto no alcanza para semejante aseveración, pero me permito indicar en mi defensa que, al comienzo, argumenté a mi favor el derecho a la ficción, la potencia de una realidad que podría ser tan solo si…
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