El origen fue la huelga que llevaba adelante los trabajadores de la industria metalúrgica Vasena desde diciembre de 1918 en reclamo de mejoras salariares, condiciones de trabajo y reintegro de cesanteados. Ante esta situación, las centrales obreras del momento (las 2 Federaciones Obreras de la República Argentina, tanto sindicalista como anarquista) se movilizaron con amplias manifestaciones en solidaridad con los huelguistas.
Para reprimir a esos trabajadores que hacían piquetes, actos y marchas se desplegó una enorme violencia estatal (policías, bomberos, Ejército, Marina) de persecución salvaje, a la que se sumó la violencia paraestatal, representada por el accionar de la Liga Patriótica Argentina, organización integrada por los “niños bien” de Buenos Aires y elementos desclasados de toda laya, antecedente (no tan) lejano de las siniestras 3 A (Alianza Anticomunista Argentina) de la década del ´70
A esto hay que agregar el fuerte chovinismo y antisemitismo de esos mismos actores, que dedicaron gran parte de su tiempo a la “cacería del judío”, chivo expiatorio del temor de las élites en el poder de una revuelta social de enormes características como contagio de la reciente Revolución de los bolcheviques en Rusia.
El saldo fue la muerte de centenares de personas humildes, la cárcel y deportación de decenas de obreros, el asalto a locales sindicales, la destrucción de bibliotecas, imprentas y periódicos, el ataque a comercios y domicilios particulares y el excluyente ensañamiento y crueldad que se tuvo para con la colectividad judía.
Eran tan grande la ignorancia y el temor de las clases dominantes –y de sus agentes represores- que la coerción fue indiscriminada hacia todo aquello que sugiriera ser “maximalista” (revolucionario). La brutal fórmula que se aplicó fue judío=ruso= maximalista.
La Semana Trágica, junto con los fusilamientos de la Patagonia y la represión a los obreros forestales en el Chaco Santafesino –ocurridos entre 1919/21- constituyen una tríada de crueldad y clasismo de naturalezas únicas en la que el Estado utilizó toda su potencia contra los sectores populares, sirviendo de gendarme de los dueños del poder, de las corporaciones, del privilegio.
Al recordar los 102 años de aquellos terribles acontecimientos lo hacemos con el sentido de que aquellos dolorosos días no queden olvidados en un rincón de la historia, que no sean ignorados, sino que por el contrario, sean resignificados al calor de los acontecimientos actuales en los cuales los fundamentalismos de derecha –sostenes de exclusiones, marginamientos, rechazos, hostilidades a los “otros” (pobres, migrantes, quienes reciben una ayuda estatal, los que eligen su condición de género, los que profesan religiones “raras”)- van ganado terreno en la conciencia social y se generan situaciones absurdas de estigma y rechazo.
La colectividad judía no puede pasar por alto esos tiempos. Y no porque haya sido la singular víctima de un terrorismo de estado naciente. No podemos ignorarlos desde nuestras concepciones humanísticas y democráticas, y no solo para que NUNCA MAS se repitan, sino porque aspiramos a convivir en sociedades justas, libres, equitativas, en las que el estado de derecho sea la norma y no la excepción.
La República es mucho mas que elecciones periódicas, renovación de autoridades, voto popular, división de poderes. Es eso y es dignidad para cualquiera, independientemente de su condición; es solidaridad y sensibilidad social ante los que nada tienen y ante el que sufre; es ampliación de mas y mas derechos, es inclusión sin paternalismos.
semana tragica