Volver al Boletín CeDoB Pinie Katz
Jacobo Gerson (05/03/1932 – 01/06/2018, Argentino). Hijo de madre turca y padre libanés, fue acunado con canciones en ladino, idioma de los judíos que escaparon de la Inquisición hacia Oriente Medio. Vivió su niñez en Lomas de Zamora.
Hizo la primaria mientras ayudaba a su padre en trabajos de colchonería. Me contó que tenía que cargar una máquina pesada, lo que fue objeto de su primera huelga. Aarón, un tío comunista, influyó mucho en su forma de ver el mundo. Creció en una casa donde se discutía sobre los acontecimientos mundiales en la mesa familiar.
Su padre era muy religioso, comía kasher, aunque era pro-soviético. Por eso, ya a sus tempranos seis años empezó a militar juntando marquillas de cigarrillos, de las que se separaba el papel metálico, para la fabricación de las puntas de las balas para los republicanos españoles. Durante su adolescencia, trabajó en varias fábricas (de una lo echaron por trompear a un antisemita).
Ya en sus años mozos algo lo llevaría a Lanús: su eterno amor, Dorita Ohman (26/12/1932 – 22/04/2020, Argentina). Durante los años de 1950, junto con ella exploró la militancia en el sionismo socialista de la Hashomer Hatzair.
En esta primera etapa de activismo comunitario, vivió experiencias colectivistas, primero en Brasil y, luego, en distintos kibutz en Israel. Allí hizo el servicio militar y se casó con su compañera de toda la vida; también tuvo vivencias contradictorias en la vida kibutziana, una experiencia supuestamente socialista, pero a la vez, profundamente racista con los hermanos palestinos.
A partir de entonces, Yaco diría siempre que “sionismo” y “socialismo” son dos conceptos antagónicos y, ya desde aquellos años, adoptó para siempre la idea de “dos Estados para dos pueblos”.
Tras el desengaño en la Hashomer, en 1955 regresó a Argentina (siempre junto a Dorita), donde se afilió al Partido Comunista y se integró al activismo comunitario en la institución de sus amores: el Centro Cultural Israelita “Isaac León Peretz” de Lanús, donde fue activista y militante en la Comisión Directiva.
Defendió al Peretz en los momentos más difíciles del país, con una profunda y ejemplar convicción antifascista. En plena dictadura cívico-militar, en 1977, viajó a Varsovia al Congreso Mundial por la Paz Mundial, como parte de la delegación del ICUF, donde representó al Peretz y al Movimiento por la Paz de Lanús. También visitó Rumania y la Unión Soviética.
En 1982 participó del Lanusazo[1] en tareas de seguridad. En 1990 inició el ciclo de Cine Debate en el Peretz, actividad semanal que sostuvo hasta el año 2016. En 2005 integró la comisión por el “No al ALCA” de Lanús. Se acercó al kirchnerismo, al que entendió como una etapa previa a la construcción del socialismo.
El 9 de mayo de 2015 fue uno de los oradores en el acto realizado en el Teatro IFT por el 70 aniversario del Día de la Victoria del Ejército Rojo sobre los nazis, junto con compañeros de organizaciones de distintas colectividades. Allí recordó:
Cuando tenía 13 años, el día 9 de mayo, salimos a la calle con un grupo de chicos y muchachos a celebrar la victoria del ejército soviético sobre los nazis. Andábamos por las plazas. Alegres. Saltando, bailando. Eso lo recuerdo como si fuera hoy. Ese mismo día, el obispo de Lomas de Zamora no tocó las campanas porque había perdido el nazismo.
Él y Dorita tuvieron tres hijas, tres “leonas”; Marisa, Liliana y Nora, seis nietos y tres bisnietos. Se esforzó siempre por transmitirnos sus ideales. Fue un hombre honesto y profundamente leal a la familia y a sus ideas… las luchas por un mundo mejor han sido el eje de la vida de nuestro querido Yaco.
El mundo de Dorita
En su mundo las cosas se arreglaban. Muy rara vez soltaba una pálida. Se alimentaba de leche con vainillas, de cine, de teatro y de música clásica. Era un personaje del barrio. De toda la vida. En estas calles de Lanús Este le dio el primer beso a su gran amor, Yaco. Vivió su niñez, construyó su casa y atendió su negocio.
Dorita, mi abuela, nos abrazaba con sus palabras. Nos dejaba transgredir algunas reglas en su casa y olvidar las recomendaciones que nuestros viejos les dejaban. No le gustaba cocinar porque era parte de las tareas de la casa, “ese infierno tan temido”. Aunque sus knishes y su locro eran épicos.
Dorita estudió “de grande”. Se recibió de Psicóloga Social en la Escuela de Enrique Pichon Riviére. Le bancó a mi abuelo las mil y una, fue su gran compañera. Militó junto con él en el Peretz de Lanús, donde escuchaba con atención y admiración a lxs jóvenes. Ella tenía el don de la palabra justa, tenía poder de síntesis. Era una gran compañía para la conversación, sabía interpretar y concluir una idea. Hablaba de sexualidad, sin prejuicios: ¡Qué linda vieja!
Recuerdo una anécdota mientras trascurría el otoño del año 2002 y cerca de mi casa se juntaba la Asamblea Vecinal de Plaza Sarmiento (para construir un poder popular y autónomo que reemplazara a las instancias gubernamentales, fuertemente deslegitimadas en esa época del “quesevayantodos”). Uno de esos días sonó el teléfono de casa, era mi abuela Dorita que me dijo: “Hola Ariel, pasá por casa cuando puedas. Tengo que hacerte un comentario”. Raro. La fui a ver. En realidad, no recuerdo si fue en su casa o la mía, pero hoy quiero recordarlo así porque su hogar era una extensión del mío.
Entonces me dijo: “Mirá, yo veo que vos estás muy activo en la Asamblea y me dijeron que la cosa está complicada”. Y sí, era cierto, nos seguían en las pegatinas y, aunque no teníamos miedo, un coche sin patente vigilaba a diario el desempeño de la Asamblea. Y entonces siguió Dorita: “Bueno Ariel, yo te quería decir que si en algún momento necesitás llevar algún material o algo, a algún lado, me lo des a mí, ¿me entendés? A las viejas no nos revisan”.
Sus palabras fueron todo. En su memoria estaba presente la persecución y torturas hasta la muerte de un primo comunista, las resistencias a las distintas dictaduras y en fin, el turbulento siglo XX. De alguna manera, sus palabras inscribieron mi militancia en una trama histórica y le dieron un sentido épico. Su palabra justa (me) fortalecía. Mi vieja y mis tías dieron cuidados y amor a Dorita hasta último momento. Todo y más hicieron. Cuentan ellas que hasta sus últimos días pidió “ir al club, al cine, y a bailar”. Su partida coincidió con el comienzo de la pandemia. La despedimos abrazándonos con palabras, como ella nos enseñó, con un hasta siempre cálido y afectuoso.
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[1] El “Lanusazo” fue una protesta contra el aumento del impuesto local que congregó a más de diez mil personas en la sede de la Municipalidad el 24 de noviembre de 1982. La movilización fue convocada mayormente por sociedades de fomento y clubes de barrio. El intendente de facto no recibió el petitorio redactado por la población y desató una fuerte represión que dejó decenas de personas heridas y detenidas.[divider scroll]
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