El asesinato de Isaac Rabin en manos de un extremista judío de derecha significó una enorme tragedia, no sólo para israelíes y palestinos, sino para la humanidad entera. Algunos creyeron beneficiarse con ello, pero en realidad fue un tremendo daño al proceso de entendimiento y al logro de la paz en la región. Veintiséis años después, las derechas prosiguen con sus campañas de incitación al odio y a la división entre los pueblos.
En aquel momento ya se dimensionaban las nefastas consecuencias de ese magnicidio; hoy se ve con mayor claridad la profundidad de la catástrofe causada: si las Conferencias de Madrid (1991) y los Acuerdo de Oslo (1993) habían sido pasos en pos de una resolución pacífica al conflicto israelí – palestino, con los primeros escalones hacia la constitución de un Estado Palestino independiente, seguro y con todos los atributos de la soberanía, los hechos actuales como la instalación de colonias israelíes en territorios palestinos, los presos políticos, la militarización de las zonas ocupadas, entre otras acciones nefastas que muestran que se dieron grandes zancadas en retroceso.
El legado de Rabin es la construcción de la paz, a sabiendas de que se trata de algo duro, complejo y dificultoso, pero posible y materializable. Ese es el camino que debe primar y no el del neocolonialismo, la ocupación y los constantes vejámenes al pueblo palestino. Cuando se reconozca que ambos pueblos se necesitan y que son víctimas de las políticas imperialistas del hegemonismo y la guerra, además que el derecho del pueblo israelí a tener su propio estado es igual al del pueblo palestino, la seguridad de ambos será una normal y feliz cotidianidad.
Porque honramos lo que ha iniciado Rabin, el mejor homenaje que le podemos rendir es profundizar esa idea por la cual entregó su vida: ¡Que viva la amistad de los pueblos! ¡Dos pueblos, dos estados soberanos!
Marcelo Horestein Presidente
Alejandro Steinman Secretario General
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