daniel silberEl 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó un plan (la Resolución Nº 181), que intentaba resolver el conflicto judeo – árabe en Palestina mediante una partición, planteo realizado por la entonces Unión Soviética ante la comprobación de la imposibilidad de constituir un Estado Binacional que cobije las reivindicaciones de ambos pueblos.   En ese sentido, fueron fundamentales las ponencias del representante soviético Gromiko, quien señaló que la creación del Estado de Israel era una reparación para el pueblo judío, luego de lo sufrido por las masacres nazis.   La votación sobre el Plan de Partición estuvo colmada de expectativas por parte de ambos bandos.

 Esa zona del mundo había quedado bajo la tutela británica a través de un Mandato, producto del Tratado Sykes-Picot (marzo 1916), un acuerdo típicamente colonial pergeñado por las grandes potencias (Gran Bretaña y Francia) durante de la Primera Guerra Mundial, previendo la derrota y desmembración del Imperio Otomano. Mark Sykes era un alto funcionario británico del Gabinete de Asuntos de Oriente Medio y Francis Picot –integrante del Partido Colonial- lo era del Ministerio de Relaciones Exteriores francés. Este Tratado trazó los límites de los futuros países, estableciendo los Mandatos de Gran Bretaña sobre Transjordania e Irak y de Francia sobre Siria y Líbano. Originalmente también estaba involucrado el Zar de Rusia (aunque relegado a un papel secundario), pero los las revoluciones de febrero y octubre de 1917 lo dejaron de lado. Los bolcheviques denunciaron el Pacto en noviembre de 1917, pocos días después de producida la toma del poder por los soviets.

Al Tratado Sykes-Picot hay que sumar la “Declaración Balfour” (noviembre 1917), otro documento de características imperiales.   En él Gran Bretaña se arrogaba a sí misma la potestad sobre un territorio que no era suyo y prometía, en una manifestación de suma ambigüedad, un “Hogar Nacional” a los judíos al tiempo que sostenía que los derechos de las poblaciones existentes no serían vulnerados, haciendo un guiño a los árabes acerca de la promesa de autonomía.   Lord Arthur Balfour era el ministro de Relaciones Exteriores británico.

El gobierno británico esperaba –en ese momento- que el asentamiento en Palestina de una población judía pro – británica podría ayudar a proteger los accesos al Canal de Suez en el vecino Egipto y así garantizar una ruta de comunicación vital a las posesiones coloniales británicas en la India.

La Declaración Balfour fue respaldada por las principales potencias aliadas y e incluida en el mandato británico sobre Palestina, aprobada formalmente por la recién creada Sociedad de las Naciones el 24 de julio de 1922.

La zona sobre la que se aplicó el Mandato estaba conformada por diversas regiones administrativas del Imperio Otomano, algunas de las cuales remitían directamente a Constantinopla y otras no. Lo que se denominó como “Palestina” (hasta ese momento no tenía esa designación) fue la composición de un verdadero mosaico de distintas unidades administrativas turcas en la que convivía una gran población árabe de religión cristiana y musulmana con importantes minorías de drusos, judíos (nativos e inmigrantes, especialmente de Europa oriental) y beduinos.

El Pacto de la Sociedad de las Naciones, firmado en Versalles el 28 de junio de 1919 y que entró en vigor el 10 de enero de 1920, constaba de 427 artículos. El Artículo 22 señalaba que: “… 1. –– Los principios siguientes se aplican a las colonias y territorios que, a raíz de la guerra, han cesado de hallarse bajo la soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente y que son habitados por pueblos aun incapaces de regirse por sí mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno. El bienestar y desarrollo de esos pueblos constituye una misión sagrada de civilización, y conviene incluir en el presente pacto garantías para el cumplimiento de esta misión. 2. –– El mejor método para realizar prácticamente este principio consiste en confiar la tutela de esos pueblos a las naciones adelantadas que, gracias a sus recursos, su experiencia o su posición geográfica, están en mejores condiciones para asumir esta responsabilidad y que consienten en aceptarla. Ellas ejercerán esta tutela en calidad de mandatarios y en nombre de la sociedad. 3. –– El carácter del mandato debe diferir según el grado de desarrollo del pueblo, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y cualquiera otra circunstancia análoga. 4. –– Ciertas comunidades que antes pertenecían al Imperio Otomano, han alcanzado tal grado de desarrollo que su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisoriamente a condición de que los consejos y la ayuda de un mandatario guíen su administración hasta el momento en que ellas sean capaces de manejarse solas. Los deseos de esas comunidades deben ser tomados en especial consideración para la elección del mandatario…”

El Pacto establecía no solo sus responsabilidades y obligaciones respecto a la administración de Palestina, sino que incluía el «asegurar el establecimiento de un hogar nacional judío», y «salvaguardar los derechos civiles y religiosos de todos los habitantes de Palestina», reproduciendo en parte la Declaración Balfour que decía que “…El gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar para los judíos, y utilizará sus mejores medios para facilitar la consecución de esta causa. Sin embargo, debe quedar claro que no debe hacerse nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o que merme los derechos y el estatus político del que gozan los judíos en cualquier otro país”.

El texto decía lo siguiente: “24 de julio de 1922 // Considerando que las principales Potencias Aliadas han acordado, a los efectos de dar efecto a las disposiciones del Artículo 22 del Pacto de la Sociedad de las Naciones, confiar a un Mandatario seleccionado por dichas Potencias la administración del territorio de Palestina, que anteriormente pertenecía al Imperio turco, dentro de los límites que puedan fijarlos; y

Considerando que los Principales Poderes Aliados también han acordado que el Mandatario debería ser responsable de poner en vigencia la declaración hecha originalmente el 2 de noviembre de 1917 por el Gobierno de Su Majestad Británica, y adoptada por dichas Potencias, a favor del establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, entendiéndose claramente que no se debe hacer nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país; y

Considerando que, por lo tanto, se ha reconocido la conexión histórica del pueblo judío con Palestina y los motivos para reconstituir su hogar nacional en ese país;…

Considerando que, mediante el mencionado artículo 22 (apartado 8), se establece que el grado de autoridad, control o administración que ejercerá el Mandatario, que no haya sido acordado previamente por los miembros de la Liga, se definirá explícitamente por el Consejo de la Liga de las Naciones; confirmando dicho Mandato, define sus términos de la siguiente manera:

… ART. 2. El Obligatorio será responsable de colocar al país bajo las condiciones políticas, administrativas y económicas que aseguren el establecimiento del hogar nacional judío, según lo establecido en el preámbulo, y el desarrollo de instituciones autónomas, y también para salvaguardar los derechos civiles y religiosos de todos los habitantes de Palestina, independientemente de su raza y religión…

ART. 4. Una agencia judía apropiada será reconocida como un organismo público con el propósito de asesorar y cooperar con la Administración de Palestina en asuntos económicos, sociales y de otra índole que puedan afectar el establecimiento del hogar nacional judío y los intereses del país. La población judía en Palestina, y, sujeto siempre al control de la Administración para ayudar y participar en el desarrollo del país…”

También hay que sumar a todo esto el intercambio epistolar entre el teniente coronel sir Henry McMahon, Alto Comisionado británico a Egipto y Husayn ibn Ali –jerife de La Meca, la más alta autoridad religiosa (y política) entre los árabes musulmanes. Fueron diez cartas que, entre julio de 1915 y marzo de 1916, abordaron cuál sería el destino de las tierras ocupadas por los árabes luego de la derrota del Imperio Otomano. En ellas, Gran Bretaña accedía a reconocer la independencia árabe “en los límites y los límites propuestos por el Jerife de La Meca”, con excepción de partes de Siria; como contrapartida, exigía una revuelta árabe contra los autoridades turcas.

Otro elemento a considerar es un memorándum –aprobado por la Sociedad de las Naciones- en septiembre de 1922 presentado por el gobierno británico en el que disponía que Transjordania fuera excluida de todos los acuerdos referentes al Hogar Nacional Judío.

Lo cierto es que todos estos documentos lo único que hicieron fue sumar confusiones y crear falsas expectativas a los pueblos de la región, generando mutuas desconfianzas y recelos, favoreciendo una posición dominante de árbitro a los británicos.

Algunos acontecimientos alteraron lo pensado por las potencias y lo establecido en el Tratado de Versalles. El ascenso del nazismo al poder en 1933 y su sistemática persecución a los judíos generó una situación “incómoda”, sobre todo para los países occidentales.

Para dar una respuesta a la mal llamada “cuestión judía” – las persecuciones nazis y la generación de una inmigración ilegal-, se convocó a una Conferencia en Evián (Francia) en 1938 a la que asistieron 32 representaciones: numerosos países europeos (Alemania, Gran Bretaña, Francia, Suiza, Bélgica, Suecia, Holanda, Noruega, Irlanda, Polonia, Hungría, Rumania)  –a excepción de la URSS-, casi todos los países americanos (incluyendo EEUU, Canadá, Argentina, Brasil), Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica.

Los resultados de la Conferencia fueron más que magros, ya que solo se alivió levemente la burocracia nazi para emigrar, estableciéndose “cuotas de inmigración”, que discriminaba a los grupos considerados racialmente o étnicamente no deseables.   Esto significaba que cada país recibiría una determinada cantidad de inmigrantes de origen judío    (cualquier  semejanza  con  las  actuales acciones de  la  Unión  Europea  respecto  a  los  nuevos  inmigrantes  NO  es  casualidad).

Fue una época sumamente difícil para encontrar oportunidades a los refugiados judíos.  De hecho, la gran mayoría de países asistentes a la Conferencia rechazó facilitar la llegada de los inmigrantes judíos, dando excusas para no admitir más refugiados. Así fueron inútiles las presiones para que Alemania permitiera la salida de éstos. En ese contexto, el gobierno nazi se dio el lujo de ironizar los resultados de la Conferencia: aquellos países que criticaban al nazismo por su trato vejatorio y racista hacia los judíos, pero ningunoaceptaba recibir judíos como inmigrantes. Ni las “democracias” occidentales ni los regímenes autoritarios de Europa oriental ni ningún país, incluido el nuestro.

Es bien sabido que centenares de judíos que huían de las persecuciones nazis debieron ingresar clandestinamente a nuestro territorio, ya sea desde el Paraguay o desde el Uruguay, donde habían recibido –en el mejor de los casos- visas provisorias.

Así fue como Gran Bretaña promulgó el “Libro Blanco”;  éste es un documento publicado por el gobierno británico de Chamberlain en 1939 que determinaba el futuro inmediato del Mandato hasta que se efectivice su independencia.   El texto desechaba la idea de dividir el territorio del  Mandato en dos estados en favor de una sola Palestina  independiente gobernada en común por  árabes y judíos, con los primeros manteniendo su mayoría demográfica.

El Libro Blanco se ocupaba de tres cuestiones fundamentales:

§         La Sección  I  trataba sobre el futuro político del Mandato: el Gobierno británico iría asociando gradualmente a árabes y judíos al gobierno, aproximadamente en proporción a sus respectivas poblaciones, con la intención de que en diez años se pudiese crear un Estado independiente de Palestina, en el que se garantizaría que los intereses esenciales de cada una de las dos comunidades estuvieran salvaguardados.

§         La Sección  II  trataba el tema de la inmigración judía hacia Palestina, la que quedaría limitada a un máximo global de 75.000 personas en los siguientes cinco años, de modo que población judía supusiera un tercio de la población total.  Después del período de cinco años, no se permitiría más inmigración judía a menos que los árabes de Palestina estuvieran dispuestos a aceptarlo.

§         La Sección  III  abordaba la cuestión de las tierras:  se prohibiría o restringiría la compra de nuevas tierras a los judíos, como consecuencia del crecimiento natural de la población árabe y del mantenimiento del nivel de vida de los cultivadores árabes, respectivamente.

A lo largo de la toda Segunda Guerra Mundial, mientras los nazis aniquilaban y masacraban a los judíos, los ingleses les impedían entrar al único sitio en donde hubieran podido pelear por sus vidas: o los mataban en los barcos ilegales  o los encarcelaban en campos de concentración  –no de exterminio –  en  Chipre. Por eso, David Ben Gurión, el principal líder de la población judía en Palestina, expresó  al iniciarse la guerra en 1939 –palabras mas, palabras menos- lo siguiente: los ingleses nos maltratan con el Libro Blanco, por lo cual  no podemos estar a favor de ellos. Los alemanes  nos destruyen,  por lo cual no podemos estar a favor de ellos.  ¿Qué hacer?: Combatiremos contra los nazis como si no existiera el Libro Blanco, y combatiremos el Libro Blanco como si no existiera la Segunda Guerra”.

Como es de imaginar, nada de esto era aceptable para los judíos, que señalaron de traidoras a las autoridades británicas y de ser cómplices de la persecución nazi al prohibir a sus víctimas encontrar refugio con su dura política antiinmigratorias;  las razones del rechazo por parte de la población judía fue que la primera sección impedía establecer un Estado judío y las dos siguientes condicionaban de forma drástica la viabilidad del «hogar nacional judío» al que se había comprometido Gran Bretaña con la Declaración Balfour.

Tampoco satisfacía los reclamos árabes, pese a que esta nueva orientación de la política británica favorecía sus intereses, quienes lo rechazaron por considerarlo insuficiente y con demasiadas concesiones a los judíos.   Esta actitud maximalista («todo o nada») caracterizaría a partir de entonces a las posiciones árabes en relación a Palestina.

Terminada la  Segunda Guerra Mundial, se vivía un amplio y profundo clima de descolonización (independencia de la India/Pakistán, Indonesia, Birmania, Vietnam, Líbano, Siria); las potencias imperiales (Gran Bretaña, Francia, Holanda) se ven sacudidas por la ruptura del yugo que imponía el viejo colonialismo.   Ya no se pueden sostener las políticas eurocéntricas.

Gran Bretaña  –incapaz de resolver el creciente enfrentamiento entre las comunidades judía y árabe, y lejos de hacerse cargo de las responsabilidades como potencia mandataria- intencionadamente “dejó hacer” y luego de la sanción del Resolución 181, se retiró del lugar, permitiendo que se iniciara la primera guerra árabe – israelí, y con ello, una sangría entre los pueblos.   En ese marco, estaba claro que los británicos manifestaban simpatía y apoyo abierto a las conservadoras monarquías árabes, con el ánimo de mantener su influencia (y cierto dominio) en la región.   Su objetivo era sostener sus posiciones de poder a través del control de algunas de las corruptas dinastías árabes que reinaban en Transjordania e Irak.

Cabe entonces una enorme responsabilidad al colonialismo británico.  Sin fuerzas y derrotado políticamente, intentó maniobrar arteramente bajo la idea de “divide y reinarás”, tratando de mantener la supremacía estratégica en esa indispensable región para su proyecto neocolonial por las rutas que unían el Mediterráneo con Oriente, los pozos petroleros, oleoductos y puertos.   Hubo algún otro intento dilatorio, como un fideicomiso –auspiciado por EEUU-, que trataba de impedir la concreción del plan original.

(Una larga nota al pie merecería el tratamiento que Gran Bretaña dio a un tema similar en la península índica.   Allí –luego de                       la larga lucha independentista de Gandhi y otros-, también se retiró, dividiéndose la zona entre hinduistas y musulmanes, conformando cada uno de ellos un estado: India y Pakistán. En aquel momento (1947) la resolución de las diferencias fue la partición del territorio y la subsiguiente  guerra entre las comunidades musulmana e hindú (y otras), arrojando un saldo de –según algunas fuentes-  de más de 1.000.000 de muertes).

Retornemos a Cercano Oriente.  El Mandato Británico –ante la imposibilidad de gobernar la zona- se dirige entonces a las autoridades de la ONU informándoles que unilateralmente renunciaba a seguir rigiendo el territorio que le había asignado como Mandato por la Sociedad de las Naciones al concluir la Primera Guerra Mundial y que sus fuerzas se retirarían del mismo en las primeras horas del 15 de mayo de 1948.   Por eso fue que solicitó a las Naciones Unidas resolver la situación, la que dio origen a la Resolución Nº 181.

Ante esto, la delegación soviética en la ONU presentó un Plan de Partición del territorio. No era ésta la propuesta original de los soviéticos quienes, en primera instancia, vieron con agrado la creación de un nuevo Estado binacional y democrático (“El primero fue la creación de un único Estado democrático árabe-judío en el que árabes y judíos disfrutarían de los mismos derechos” fueron las palabras de Andrei Gromiko en la sesión del 29 de noviembre de 1947 en la ONU en Nueva York).  Sin embargo, y ante el panorama que se planteaba, y en un movimiento de “realpolik” propiciaron la partición de Palestina. Quizá haya sido por razones humanitarias, reivindicativas ante las masacres nazis de la Segunda  Guerra Mundial, quizá haya sido por motivos relacionados con la geopolítica y los nuevos equilibrios y escenarios, quizá haya sido por esa tesis marxista relativa a la autodeterminación de los pueblos, quizá hayan sido esos y otros motivos –juntos o separados-, lo cierto es que el discurso de Gromiko –representante permanente de la URSS ante el Consejo de Seguridad de la ONU- en la Asamblea explicitó los motivos que llevaron a este país a realizar dicha propuesta:    En el caso de que esta solución es impracticable debido a la insistencia de los árabes y los judíos en el que, teniendo en cuenta el deterioro de las relaciones árabe-judías, no podían vivir juntos, el Gobierno de la URSS, a través de su delegación en la Asamblea ha ofrecido una segunda solución, que dividiría Palestina en dos estados libres, independientes y democráticos: un estado árabe y otro judío. La conclusión lógica es que estos dos pueblos que habitan en Palestina, que tienen lazos históricos profundamente arraigados a la tierra, que no pueden vivir juntos dentro de los confines de un solo estado, no hay otra alternativa que crear, en lugar de un país, dos Estados: uno árabe y otro judío. En opinión de nuestra delegación, es la única solución viable. Los representantes de los estados árabes afirman que la partición de Palestina sería una injusticia histórica. Pero este punto de vista es totalmente inaceptable, aunque solo sea porque, después de todo, el pueblo judío está estrechamente vinculado a Palestina durante un largo período de la historia. Aparte de eso, -la delegación de la URSS ya llamó la atención sobre esta circunstancia originalmente en período extraordinario de sesiones de la Asamblea General- no debemos pasar por alto la posición dramática en la que el pueblo judío es resultado de la reciente guerra mundial… puede valer la pena recordar nuevamente a mis oyentes que, como resultado de la guerra desencadenada por la Alemania de Hitler, los judíos, como pueblo, han sufrido más que cualquier otra gente.  Usted sabe que no hubo un solo país en Europa occidental que lograra proteger adecuadamente los intereses del pueblo judío contra los actos arbitrarios y la violencia brutal de los hitlerianos.  El Gobierno y los pueblos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas han tenido y todavía mantienen un sentimiento de simpatía por las aspiraciones nacionales de las naciones árabes.  La actitud de la URSS hacia los esfuerzos de estas personas para deshacerse de los últimos grilletes de la dependencia colonial es de comprensión y simpatía.  La delegación de la URSS está convencida de que los árabes y los Estados árabes seguirán mirando a Moscú y esperan que la URSS les ayude a luchar por sus intereses legítimos, en sus esfuerzos por eliminar los últimos restos coloniales.  La delegación de la URSS sostiene que la decisión de distribuir Palestina se ajusta a los altos principios y objetivos de las Naciones Unidas. Está de acuerdo con el principio de la autodeterminación nacional de los pueblos.  La política de la URSS en el ámbito de los problemas de nacionalidad, que se ha perseguido desde su inicio, es una política de amistad y autodeterminación del pueblo. Es por ello que todas las nacionalidades que habitan en la URSS representan una familia unida que sobrevivió a los ensayos desesperados durante los años de guerra en su lucha contra el enemigo más poderoso y peligroso que nunca conoció una solución pacífica.  En opinión de la delegación de la URSS, el plan para la solución del problema palestino, preparado por el Comité Especial y según el cual la aplicación práctica de las medidas necesarias para dar efecto corresponde al Consejo de Seguridad, está totalmente de acuerdo con el interés de mantener y salvar el paz internacional y con el interés de aumentar la cooperación entre los Estados. Es precisamente por esta razón que la delegación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas apoya la recomendación de distribuir Palestina en dos Estados…”    Esto fue lo que dijo Andrei Gromyko en la sesión del 29 de noviembre de 1947 en la ONU en Nueva York, señalando –simultáneamente- la escasa o casi nula voluntad de Gran Bretaña de colaborar en la resolución del conflicto.

La Resolución Nº 181 fue producto del trabajo de un Comité Especial, integrado por diversos países entre los que no se encontraban las grandes potencias a fin de asegurar la imparcialidad: Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Holanda, Perú, Suecia, Australia, India, Irán, Yugoslavia y Uruguay.  Este Comité presentó sus conclusiones en agosto de 1947 y en noviembre se llevó a debate y votación.   Luego del debate en la Asamblea General, la propuesta obtuvo el apoyo de 33 países (Australia, Bélgica, Bielorrusia, Bolivia, Brasil, Canadá, Checoslovaquia, Costa Rica, Dinamarca, República Dominicana, Ecuador, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Guatemala, Haití, Holanda, Islandia, Liberia, Luxemburgo, Nueva Zelandia, Nicaragua, Noruega, Panamá, Paraguay, Perú, Polonia, Suecia, Sudáfrica, URSS, Ucrania, Uruguay y Venezuela),  el rechazo de 13 países (Afganistán, Arabia Saudí, Cuba, Egipto, Grecia, India, Irán, Irak, Líbano, Pakistán, Siria, Turquía y Yemen), la abstención de 10 países (Argentina, Colombia, Chile, China, El Salvador, Etiopía, Honduras, México, Reino Unido y Yugoslavia) y la ausencia de Tailandia.

Las Naciones Unidas aprobaron –en votación dividida- partir Palestina en dos estados independientes, uno árabe y otro judío además de la creación de una zona internacional en Jerusalén bajo control de UN, con una unión económica entre las tres entidades. El plan fue inmediatamente aprobado por los judíos y rechazado por los árabes, situación que generó serios enfrentamientos entre ambas comunidades.  El nuevo estado judío tendría el 55% del territorio –aunque discontinuo e integrado en gran parte por el desierto del Neguev-, y el árabe el resto, a excepción de Jerusalén, que sería internacionalizada. Esta resolución fue aceptada inmediatamente por los dirigentes judíos, pero rechazada por las organizaciones paramilitares sionistas y por la dirigencia árabe en su conjunto.

El Reino Unido se negó a aplicar el plan de partición, argumentado que era inaceptable para las dos partes implicadas. Además rechazó compartir la administración de Palestina con las Naciones Unidas durante el periodo de transición recomendado por el plan.

A principios de 1948 los ingleses abandonaron el mandato y retiraron sus tropas, lo que aumentó la tensión entre árabes y judíos. Sin embargo, ese retiro no significó que Gran Bretaña abandonara el conflicto: de manera más o menos oculta apoyó a las monarquías absolutistas y demás países árabes, ya que así pretendía mantener sus posiciones dominantes en la región por temas como el petróleo, los oleoductos o las comunicaciones con la India y/o Extremo Oriente.

Sir John Bagot Glubb (comandante inglés, conocido como Glubb Pachá) dirigió la Legión Árabe, integrada al ejército jordano;   éste era el mejor cuerpo armado  –que incluía asesores militares británicos-  de todos de los países árabes de entonces, el que participó activamente en la guerra de 1948, especialmente en la actual Cisjordania en las batallas de Kfar Etzion, Jerusalén y Latrún.   Luego quedó a cargo de la defensa de Cisjordania tras el armisticio de 1949 y continuó al frente de la Legión Árabe hasta 1956.

Recordemos que con anterioridad, la política británica había sido la de reducir la entrada de judíos a Palestina, cosa motivada porque para enfrentar el fascismo, por una parte, necesitaba que los países mesorientales fueran sus aliados o, por lo menos, neutrales (ya que había sectores árabes francamente pro-nazis, como el Muftí de Jerusalén, quien estableció una alianza con el régimen hitleriano) y por otra, necesitaba mantener la calma en el interior de Palestina después de los trágicos acontecimientos  de 1936-39.  Dentro de ese marco, en 1939 entró en vigor el Libro Blanco que establecía la limitación de la inmigración.

En la tarde del 14 de mayo de 1948 se proclamó la independencia de Israel (poco antes que venciera el Mandato británico), la que fue reconocida rápidamente por EEUU, URSS y muchos otros países. Ese mismo día tropas de los reinos de Transjordania, Irak (ambos gobernados por distintas ramas de la dinastía Hachemita), Egipto (gobernada por el rey Faruk), del Líbano (bajo la presidencia del maronita Bishara al-Khoury) y de Siria (gobernada por el nacionalista Shukri al-Kuwatli) –todos bajo la influencia británica-, más el apoyo de “voluntarios” yemenitas, sauditas y libios invadieron el naciente estado de Israel, dando inicio a la primera guerra árabe – israelí que se extendió hasta 1949.

La URSS fue, en esas circunstancias, la única potencia que apoyó decididamente el mantenimiento firme del plan aprobado, oponiéndose a la marcha atrás que intentó Estados Unidos en aquellos meses que transcurrieron entre la resolución de la ONU y el final del mandato británico. Inclusive durante el conflicto armado, gran parte de los países integrantes del bloque socialista pasaron del apoyo diplomático (voto en la ONU, reconocimiento) al soporte logístico. Fue este campo político quien suministró numerosos pertrechos al naciente Estado a través de un puente aéreo desde Checoslovaquia, la que habilitó todo un aeródromo para esas necesidades. Fueron los países integrantes del bloque socialista quienes sostuvieron la existencia de Israel en aquellos primeros días.

Tanto por sus tradicionales lazos con la comunidad judía como por ser un fiel aliado soviético, Checoslovaquia suministró armamentos al nuevo Estado de Israel. El primer contrato fue suscrito con los emisarios israelíes en enero de 1948.   Vendió a Israel ametralladoras, lanzallamas, fusiles y municiones, así como 29 cazas Avia y 61 aviones Spitfire.   En los aeródromos checoslovacos se entrenaron pilotos y otros especialistas israelíes. Israel adquirió en Checoslovaquia armas por 20 millones de dólares. “Estos armamentos nos salvaron”, solía repetir Ben Gurion, suministros que se realizaron de manera secreta porque la ONU había decretado su embargo sobre la venta de armamentos a Palestina.

Esa operación se denominó “Velveta”. Era una operación muy complicada y peligrosa, debido al impedimento impuestos por la ONU.   El traslado se realizaba a través de Yugoslavia que tenía un acuerdo con Israel para facilitar una vía abierta para el suministro de armas.   Se procedía con máximo secreto.   Al principio se aparentaba que se trataba de armas para Abisinia.   Los agentes de los países árabes se empeñaban en descubrir estos envíos, pero los israelíes fueron exitosos. Además en el marco de la operación «Confidencial-Israel» fueron entrenados en el territorio checo especialistas israelíes de carros de combate, paracaidistas, radiotelegrafistas y más de cien pilotos en el centro de aviación de Olomouc en los años 1947 y 1948.   Fueron los aviones checoslovacos –los cazas Avia S-199- los que detuvieron un ataque egipcio a unos 35 kilómetros de Tel Aviv.

Pero el apoyo soviético se manifestó también en la esfera diplomática. A solo tres días de declarada la Independencia de Israel, fue reconocida “de jure” por la URSS.

Poco se conoce o difunde esta actitud de los países socialistas en el periodo más crítico del Estado recién surgido.  Probablemente sea por una actitud vergonzante de los protagonistas en admitir su participación en tales hechos.  Por su parte, los diversos gobiernos israelíes se sienten políticamente incómodos al recordar que las armas que salvaron al ejército israelí en 1948 provenían del bloque comunista, como consecuencia del embargo de armas impuesto por los Estados Unidos a Israel.

Por su parte, la actitud de EEUU en esos momentos fue, al menos, vacilante y dubitativa.   La explicación puede encontrarse en que no deseaba malquistarse ni enfrentarse con los países árabes, los cuales ya eran fundamentales en la provisión de petróleo. Un historiador furibundamente anticomunista y muy pro-sionista como lo es el británico Paul Johnson, en su “Historia de los judíos” dice textualmente lo siguiente: “…Ni el Departamento de Estado norteamericano ni el Foreign Office británico deseaban un estado judío. Preveían un desastre para Occidente en la región si se creaba”

La Oficina de Guerra británica manifestaba una oposición igualmente enérgica. Ésa era también la posición del Departamento de Defensa norteamericano. Su secretario, James Forrestal, denunció con acritud al grupo de presión judío:  «En este país no debe permitirse que un grupo influya sobre nuestra política hasta el extremo de que pueda amenazar nuestra seguridad nacional».    Las compañías petroleras británicas y norteamericanas se opusieron con mucha vehemencia al nuevo estado. En representación de los intereses petroleros, Max Thornburg de Cal -Tex dijo que Truman «había destruido el prestigio moral de Estados Unidos» y «la fe árabe en los ideales de este país».  Es imposible señalar la existencia de un interés económico importante, en Gran Bretaña o Estados Unidos, que presione a favor de la creación de Israel. En ambos países la abrumadora mayoría de los amigos de Israel pertenecían a la izquierda” (pg. 527, op. cit.)

Volviendo a Cercano Oriente, lo que parecía ser una conclusión justa, rápidamente se convirtió en un verdadero “huevo de la serpiente”, ya que ni unos ni otros hallaron beneficiosa la propuesta.   Como muchas cosas de la historia, la Resolución 181 admite varios puntos de vista. Para las comunidades árabes – incitadas por sus clases dominantes ineptas y parasitarias, señores feudales decadentes, monarquías corruptas y claudicantes-, fue una tragedia: la «Nakba», concepto utilizado para designar por un lado, la derrota político – militar a nivel regional e internacional, y por otro, al éxodo forzoso de comunidades árabes de Palestina de sus tierras.   En este punto vale aclarar que la expectativa era un pronto retorno a los lugares de origen, ya que la promesa de los gobernantes era la expulsión de los judíos de los mismos.  También hay que decir que:   a) parte del territorio asignado originalmente para constituir el estado árabe palestino fue ocupado y en la práctica anexado por Jordania (Cisjordania) y Egipto (Gaza);   b) los refugiados no fueron bien recibidos en los países en donde se asilaron, mantenidos fuera de los espacios estatales y virtualmente, en muchos de ellos, aun hoy conservan un status diferente al de los ciudadanos nativos.

Para la colectividad judía, la posibilidad cierta de un renacimiento luego de las horribles matanzas nazis de la Segunda Guerra Mundial, siendo uno de los puntos de partida de la constitución definitiva del Estado, que tendrá un momento culminante en mayo de 1948 cuando terminen de retirarse las tropas británicas y se declare la Independencia.

Para las potencias occidentales, una manera elegante de deshacerse de un problema y transferírselo a los pueblos de esa región. Según el ya citado Paul Johnson,  “… si la evacuación británica se hubiese postergado un año, Estados Unidos se habría mostrado menos ansioso de asistir a la creación de Israel y Rusia ciertamente hubiera adoptado una actitud hostil… Israel nació deslizándose por una brecha histórica fortuita que se abrió brevemente durante unos pocos meses de 1947-1948…” (pg.528, op.cit.)

Entonces, he aquí un dilema de difícil solución. Unos y otros –judíos y árabes- son pueblos castigados por la Historia. Ni uno ni otro se merecen vivir lo que hoy atraviesan: guerras, atentados, temores, desarraigo, futuro incierto. Verdaderamente lo que debió haber sido un triunfo de la Humanidad se convirtió en una tragedia para todos: para los judíos (que se convertían en israelíes) por tener una “espada de Damocles” pendiendo sobre sí mismos; para los árabes (que se convertían en palestinos) por el exilio, desarraigo y transformarse en excluidos en los mismos países árabes y refugiados; para la Humanidad porque aun no ha sabido dar una respuesta cabal e íntegra a la felicidad e integridad de los pueblos de la región

Si es necesario, es posible. Es necesario y es posible convivir armoniosamente; aquel proyecto original –con las correcciones históricas, políticas y culturales que correspondan-, tiene la vigencia de haber planteado algo justo y correcto.  Es una empresa ardua y trabajosa, pero un escenario donde el protagonismo sea el de una paz justa, estable, democrática y duradera será provechosa no solo para todos los pueblos de la región, sino para la Humanidad entera, ya que desactivaría un punto “caliente” y explosivo del planeta.   No nos ilusionamos con un romance, pero sí con un movimiento por fuera de una dualidad esquemática y las tinieblas.  Rechazamos con vehemencia y decisión las políticas belicistas, expansionistas y negadoras de su propio origen del gobierno del Estado de Israel así como las acciones de grupos político-militares o Estados (palestinos, árabes y/o musulmanes) que proclaman la desaparición del Estado de Israel como respuesta.

En la región viven judíos, musulmanes, cristianos. Ambos pueblos –israelíes y palestinos- han sufrido y sufren demasiado. Ambos merecen certezas y seguridades.

De allí lo ambiguo de los sentimientos. Ambos pueblos (israelíes y palestinos / palestinos e israelíes)  -como tanto otros, caso los kurdos- merecen vivir en paz y con un futuro cierto y digno. Por eso la potente vigencia de esa idea fuerza que reivindicamos desde 1947: Dos Pueblos = Dos Estados soberanos, libres, autónomos, seguros, democráticos, con los límites fijados por la “Línea Verde” anterior al conflicto de 1967, en consonancia con lo dispuesto por la Resolución Nº 242 de la ONU.

El desmantelamiento de las colonias, el fin de la ocupación en Cisjordania, terminar con el trato colonialista, liberación de los presos políticos, acabar con los atentados, tolerancia religiosa, reconocimiento internacional mutuo son algunos pasos a dar de manera inexcusable. En esa orientación, alcanzar una paz estable, duradera, justa y digna es primordial.

En la actualidad, lo más revolucionario en esa castigada región es la paz, una paz que no sea el silencio de los cementerios ni el tronar de bombas o metralla, sino el bullicioso andar de los pueblos, una paz que considere los derechos de todos, especialmente a labrar(se) un porvenir.

Al cumplirse el  70* aniversario  de  la resolución  181 de las Naciones Unidas, una vez más, como lo venimos haciendo desde 1947, reiteramos nuestro anhelo y nuestro compromiso de paz y con la paz,  una  paz democrática, justa, duradera, estable (y no un simple cese del fuego, aun considerando todo lo que ello representa) que  respete  historias, tradiciones, culturas en su vasta diversidad sobre la base de Dos Pueblos=Dos Estados.